Dejó las drogas, el sexo y el alcohol por Ella

miércoles, 15 de julio de

En la década de los ochenta la vida de Donald H. Calloway parecía tener poco futuro. Su vida estaba, “en espiral descendente” como él mismo sabe decirlo.

 

Era una pesadilla en las bases militares en las que vivía por razones familiares, tanto en Japón como en Estados Unidos.

 

“Yo había pasado por todo lo que un niño podría hacer hasta la edad de veinte años. Mi madre se había casado tres veces y no teníamos religión. La familia era muy hedonista. Hubo una espiral descendente en mi vida,” afirma.

 

Todo comenzó en Virginia Beach – estando su padrastro en el ejército – y continuó cuando la familia se mudó a California. Drogas, sexo, fumar y beber. Todo a la edad de 11 años. “Es una escalada hasta el punto de salirse de control . Nos mudamos cerca de Los Ángeles. Después a Japón. Esto sacudió mi mundo,” cuenta Donald.

 

Desarraigado constantemente de sus amigos y su entorno, Donald había decidido enseñar una lección a sus padres. Tan pronto como llegaron a Japón, se convirtió en un “infierno” para ellos. Se relacionó con gente equivocada y empezó a usar “increíbles” cantidades de drogas: el opio, la heroína, el alcohol todos los días, incluso la inhalación de los vapores de la gasolina.

 

 

Eso llegó hasta la base militar así que huyeron a un país extranjero, cometiendo delitos: robo de “enormes cantidades” de dinero, coches, ciclomotores. Incluso se involucró haciendo recados para los japoneses de la “mafia” (Yakuza).

 

“No tenía ninguna preocupación por nada ni nadie”, dice Calloway, cuya madre sufrió una crisis, llegó a consultar a un sacerdote, y se convirtió al catolicismo. Se vio obligado a regresar a los EE.UU. La policía interceptó incluso los teléfonos de la base militar para tratar de conseguir al joven, y finalmente le aprehendieron. Cuando lo hicieron, Donald escupió en la cara de uno de los policías militares. A estas alturas tenía 15 años

 

Confesó su odio a su madre pero de todas formas acptó ingresar a un centro de rehabilitación, de donde se escapó al poco tiempo volviendo a las drogas tomando muchas más sustancias: heroína, crack, LSD, estimulantes, tranquilizantes. Y entonces las chicas. “Llegó un punto en el que inicié la “Gran Muerte ” y que viví en lugares como el tronco de un árbol”, recuerda. “En Louisiana, terminé en la cárcel. Fue un caos absoluto”.

 

Estaba abandonado, con el pelo hasta la cintura, tatuado. Se trataba de “un ciclo de vida hacia la muerte.” Hubo otro intento de rehabilitación, pero por supuesto, no alcanzó a finalizarlo exitosamente. De hecho, el consumo de drogas se hizo aún más pesado nuevamente.

 

“Entonces, una noche en 1992 supe que mi vida cambiaría radicalmente, de que algo iba a suceder en mi vida a causa de un cambio radical”, dice. “Sabía que algo iba a suceder. Algo iba a suceder.” Fue esta súbita y poderosa intuición peculiar la que le cambió la vida. Un sentimiento tan poderoso que él rechazó las llamadas de amigos para salir de fiesta como lo hacía todas las noches. Todavía tiene problemas para explicar exactamente lo que sucedió.

 

 

Durante un tiempo Calloway se mantuvo en su cuarto en espera de este desconocido “algo” que debía llegar, luego fue a la sala en busca de una revista o un libro para leer mientras esperaba, guiado por un sentimiento interior. “Quería ver una especie de revista con fotos mientras yo estaba esperando, algo así como National Geographic, con fotos y me fui por ahí y había un libro que me llamó la atención”, dice. Tenía escrito: “La Reina de la Paz. Visitas a Medjugorje”.

 

 

Estaba en lenguaje católico, pero él comenzó a leerla con avidez. No podía dejar de leerlo. “Leí el libro entero antes de las 3:30 o 4 de la mañana”, dice. “Me comí ese libro como si fuera la vida. Lo consumí. Y me dije, ‘Eso es verdad. Todo en ese libro es cierto.” Ella decía que Jesús era Dios, y pensé, todo lo que dice es verdad. Parecía tan hermoso y perfecto. Ella cautivó mi corazón”. Y Donald dijo entonces: ‘Yo me entrego totalmente a esta mujer.

 

El joven se dirigió a su madre a la mañana siguiente y le dijo que quería ver a un sacerdote. Ella se sorprendió. Conocía a un capellán de la base, y ahí es donde terminó yendo, saltando de alegría como un niño pequeño con su pelo largo que aún conservaba. Cuando Calloway se encontró con el capellán de la Armada, el sacerdote le dijo que fuera a la iglesia y se sentara mientras decía misa, y luego hablaría con él. Donald lo hizo.

 

 

Él tenía veinte años. Se da cuenta que “todo lo que sabía era que yo estaba locamente enamorado de Dios y nuestro Salvador.” Tanto lo tocó esta experiencia de la Misa que el joven Calloway se sintió preparado para ir de puerta en puerta contando a todos sobre esto. El entusiasmo explotó. Después de la misa se fue a casa, destruyó todos sus posters, agarró varias bolsas negras de basura grandes y se deshizo de casi todo en su habitación. Sustituyó todo con una foto del Papa y otra del Sagrado Corazón de Jesús, que el sacerdote le había dado junto con un crucifijo.

 

“No recuerdo haber dicho una oración en mi vida”, dice de su regreso a su habitación. “Miré el libro, los seis niños, que estaban de rodillas con sus manos juntas, y yo hice lo mismo. No tenía idea de cómo funcionaba. Yo no sabía lo que iba a ocurrir a continuación. Mis ojos se centraron en la imagen del Sagrado Corazón y mientras miraba la imagen sabía que algo estaba dentro, en mí y era el Dios-hombre colgado en la Cruz y que todo lo que la Santísima Virgen María dijo era para gente como yo”.

 

 

“Yo lloraba profusamente. Podría haber llenado un balde. Yo estaba tan arrepentido de las cosas que había hecho. Todo vino a mí a la vez. Sentía como si todos los líquidos de mi cuerpo salieran de mis ojos. Sin embargo, al mismo tiempo sabía que había esperanza y estaba llorando lágrimas de alegría. Casi reía. Yo sabía que este Jesús murió por mí y me amaba. Después de mucho tiempo me recosté en la cama y por primera vez en años me sentí libre”.

 

“Una paz increíble se apoderó de mí. Algo me pasó que yo no sé cómo explicar. Cuando estuve a punto de dormir, algo vino detrás de mí y tiró de mi cuerpo. Mi alma o espíritu o lo que salía de mi cuerpo. No podía decir nada, no me podía mover, espiritualmente lloré, me aterroricé de miedo. La única persona que conocía era a María, entonces grité con toda mi alma “¡María!” – y de repente me empujaron de nuevo en mi cuerpo con la fuerza del universo sobre mí y oí la voz femenina más hermosa que he escuchado y haya oído, diciéndome: “Donnie, estoy tan feliz. ‘ Nadie me ha llamado Donnie, sólo mi madre”, señala. “Fue increíble”.

 

Y esto fue lo que vino a continuación: Al instante, Calloway había perdido el deseo de seguir en todos sus vicios: los pensamientos impuros acerca de las mujeres y cigarrillos. No hubo más deseos de hacer todo lo que había estado haciendo! “Dios simplemente me cambió, y fue increíble”, dice. “Cristo me abrumó con su amor.

 

Así nació el “nuevo” Donald Calloway, que poco después se unió a una congregación religiosa especialmente centrada en Nuestra Señora, los Marianos de la Inmaculada Concepción. Allí fue donde fue ordenado sacerdote.

 

Lo único que queda de su pasado es la tabla de surf y el amor por ese deporte que también utiliza como espacio para la evangelización.

 

 

 

 

Fuente: Aleteia

 

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