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viernes, 24 de julio de
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Jesús dijo a sus discípulos:
«Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador. Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino.
El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe.
El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto.
Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno.»
Palabra de Dios
P. Matias Jurado sacerdote de la Arquidiócesis de Buenos Aires
Como la tierra era muy diferente de la nuestra, y no tenían las herramientas ni la tecnología que tenemos ahora, en la región en la que Jesús vivía se sembraba así, al revés que acá en nuestra Pampa húmeda. En lugar de preparar la tierra -que era pedregosa y muy variada-, primero se tiraba la semilla… y recién después se la ayudaba a crecer en los lugares adonde prendía. Ahí se le sacaba los yuyos, ahí se la regaba, ahí se la cuidaba.
Dios sabe que nuestros corazones también suelen ser complicados y variados.
Y, como el sembrador de la parábola, él no se achica al momento de sembrar su semilla. Semilla de verdad, de caridad, de cuidado, semilla de límites, de escucha, de perdón, de compañerismo.
Y las siembra, las siembra con generosidad. Casi podríamos decir que Dios es terco en sembrar. Incluso cuando durante años la tierra no le devuelve ni un fruto: Dios sigue insistiendo.
Y, más allá de que podemos mirar al corazón en general, como un todo, y ver por dónde está el problema y las virtudes, y por qué no crecen las semillas: las preocupaciones, las seducciones, la falta de constancia, y todo eso que nos dice la parábola… también podemos mirar a nuestro corazón como todo ese conjunto de variedades, según que parte miremos.
Puede ser que en lineas generales yo no produzca demasiado fruto. O puede ser que me distraiga rápido. Pero seguro que no falta alguna parte de mi vida, de mi corazón, en la que la Palabra, en la que el amor de Dios va creciendo: ya sea al treinta, al sesenta o al ciento por uno.
Está bueno ir mirando esas dimensiones, para poder ayudarlas a crecer mejor. Quizás es mi capacidad de escucha, o de percepción, mi amor y mi cuidado a la gente que no tiene nada, o la paciencia con los que me parecen unos pesados.
Pidámosle a Dios que nos ayude a hacer crecer su semilla en nosotros. Y que también nosotros, con nuestra palabra, con nuestros gestos, podamos ser colaboradores en la siembra. Que no esperan más recompensa que ver ondear las plantas crecidas, maduras, dejándose mover por la brisa del Espíritu.
Oleada Joven
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