Si el grano de trigo no muere, queda solo

lunes, 10 de agosto de

«Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere da mucho fruto» (Jn 12, 24)

 

Estas palabras de Jesús, más elocuentes que un tratado, nos desvelan el secreto de la vida. No hay alegría de Jesús sin dolor amado. No hay resurrección sin muerte. Jesús habla aquí de él, explica el significado de su existencia.

 

Faltan pocos días para su muerte. Será dolorosa, humillante. ¿Por qué morir, precisamente Él que se ha proclamado la Vida? ¿Por qué sufrir Él que es inocente? ¿Por qué ser calumniado, abofeteado, ridiculizado, clavado en una cruz, el final más infamante? Y, sobre todo, por qué Él que ha vivido en la unión constante con Dios, se sentirá abandonado por su Padre? También a Él la muerte le da miedo; pero tendrá un sentido: la resurrección.

 

Había venido para reunir a los hijos de Dios dispersos[1], a romper las barreras que separan a pueblos y personas, a hermanar a los hombres divididos entre ellos, a llevar la paz y construir la unidad. Pero hay un precio que pagar: para atraer a todos a sí tendrá que ser elevado de la tierra en la cruz[2]. Y aquí está la parábola más bonita del Evangelio:

 

«Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere da mucho fruto»

 

Él es ese grano de trigo. En este tiempo de Pascua. Él aparece en lo alto de la cruz, su martirio y su gloria, en señal del amor extremo. Allí Él ha dado todo: el perdón a sus verdugos, el Paraíso al ladrón, a nosotros su madre y su cuerpo y su sangre, su vida hasta gritar: “Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado?”

 

En 1944 yo escribía” ¿Sabes que nos ha dado todo? ¿Qué más podía darnos un Dios que, por amor, parece olvidarse de ser Dios?”.

 

Él nos ha dado la posibilidad de ser hijos de Dios: ha engendrado un pueblo nuevo, una nueva creación.

 

El día de Pentecostés el grano de trigo caído en tierra y muerto ya germinaba en espiga fecunda: tres mil personas, de todos los pueblos y naciones, se convertían en “un corazón solo y un alma sola”, luego, cinco mil, luego…

 

«Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere da mucho fruto»

 

Esta palabra da sentido también a nuestra vida, a nuestro sufrimiento, a nuestra muerte un día. La fraternidad universal por la que queremos vivir; la paz, la unidad que queremos construir a nuestro alrededor es un vago sueño, una quimera si no estamos dispuestos a recorrer el mismo camino trazado por el Maestro.

 

¿Qué hizo Él para “dar mucho fruto”?

 

Lo compartió todo con nosotros. Asumió nuestros sufrimientos. Se hizo con nosotros tiniebla, melancolía, cansancio, contraste…Probó la traición, la soledad, la orfandad…En una palabra, se hizo “uno con nosotros”, cargando con nuestros pesos.

 

Así nosotros, enamorados de este Dios que es “prójimo” nuestro, tenemos un modo de decirle que le estamos inmensamente agradecidos por su infinito amor: vivir como Él vivió. Y henos aquí “próximos” a cuantos pasan a nuestro lado en la vida, queriendo estar dispuestos a “hacernos uno” con ellos, a asumir una desunidad, a compartir un dolor, a resolver un problema, con un amor concreto hecho servicio.

 

Jesús en el abandono se dio completamente; en la espiritualidad que se centra en Él, Jesús resucitado debe resplandecer plenamente y la alegría debe dar testimonio de ello.

 

 

Chiara Lubich

 

Oleada Joven