Mi padre me ama tanto

sábado, 29 de agosto de
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La historia del equipo Hoyt es uno de los relatos de superación más admirables. Dick y Rick Hoyt son un padre y un hijo que desde 1977 han participado juntos en más de 1.000 carreras. Y eso no es lo más excepcional. Lo realmente asombroso de la historia del equipo Hoyt comienza en 1962 cuando nace Rick. El parto se complicó. El cordón umbilical se enrolló en el cuello del pequeño provocando una falta de oxígeno y por ende una parálisis cerebral.

 

 

Los médicos dijeron que Rick quedaría en estado vegetativo el resto de su vida. No obstante, su padre Dick y su madre Judy, desoyeron a los doctores y comenzaron una carrera de obstáculos para proporcionarle a Rick una vida como la de cualquier otro niño.  

 

 

 

 

Tras mucho pelear, Dick y Judy consiguieron que en 1975 su hijo fuera admitido en la escuela pública de Boston. Un año antes unos científicos de la Universidad de Tuft habían desarrollado un ordenador con el que Rick podía expresarse libremente. Sus primeras palabras fueron “¡Vamos Bruins!”, el equipo de hockey de Boston que ese año disputaba las finales de la Stanley Cup, con lo que sus padres pronto se dieron cuenta del amor que profesaba su hijo hacia el deporte.

 

 

Poco después, en 1977, un compañero de clase de Rick sufrió un accidente jugando a Lacrosse que le dejó paralítico. El colegio organizó una carrera benéfica para recaudar fondos y Rick, a través de su ordenador, le pidió un favor a su padre: “¿Papá, correrías conmigo una carrera de cinco millas?”. Dick, un teniente coronel retirado de la Guardia Nacional Aérea de Estados Unidos, no pudo negarse y empujó a su pequeño hasta cruzar la meta junto al último clasificado. “Ese día Rick me dijo que no se había sentido un discapacitado”, relata Dick, que no necesitó escuchar más. Así nacía el equipo Hoyt.

 

 

 

 

Los retos cada vez fueron mayores y un día el hijo volvió a preguntar: “¿Papá, correrías un maratón conmigo?”. En 1981 padre e hijo formaban en la línea de salida de su primer Maratón de Boston. No fue fácil. Eran tiempos distintos a los de ahora. “Al principio nadie nos hablaba. No querían estar junto a Rick y su silla de ruedas, pero mi hijo se sentía como un atleta más”, cuenta Dick, que jamás imaginó por aquel entonces que poco tiempo después la gente haría cola por saludar al increíble Rick y que padre e hijo recorrerían el país dando charlas motivacionales.

 

 

La fama y el espíritu de superación del equipo Hoyt no conocía límites. “¿Papá, correrías un triatlón conmigo?”. Dick tuvo que aprender a nadar y volver a montar en bicicleta, algo que no hacía desde los seis años. Desde entonces, han cruzado juntos miles de líneas de meta. Cuando toca nadar, Rick está en una pequeña balsa. Si Dick pedalea, su hijo viaja sujeto en un asiento colocado en el frontal de la bicicleta, y en el momento de correr el padre empuja una silla de ruedas en la que su hijo siente la libertad como cualquier otro atleta. 

 

 

 

 

 

Los números de sus logros son la demostración perfecta del espíritu de superación de los Hoyt. Más de 1.000 carreras juntos, 247 triatlones, 6 Iron Man, 70 maratones, entre ellos 31 en Boston, su ciudad natal. Los Hoyt, empeñados en llevar la contraria a los médicos, siempre trataron a su hijo como uno más y Rick disfrutó de la playa, jugó al hockey con sus hermanos, fue al colegio público y hasta a la universidad, donde se graduó en educación especial. Ahora ejerce de profesor, está casado y vive en su propio apartamento, del que se escapa de vez en cuando para correr junto a su padre.

 

 

El equipo Hoyt no sólo es el equipo de Dick y Rick, es el equipo de muchos padres y muchos hijos. En definitiva, de muchos héroes, aunque el propio Dick no quiera definirse con esa palabra. “Sólo he querido darle a mi hijo la mejor vida posible, no soy ningún héroe por eso”.

 

 

 

 

Fuente: www.elconfidencial.com

 

Sofía Passetti