Evangelio según San Lucas 5,33-39.

viernes, 4 de septiembre de
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En aquel tiempo, los escribas y los fariseos dijeron a Jesús: “Los discípulos de Juan ayunan frecuentemente y hacen oración, lo mismo que los discípulos de los fariseos; en cambio, los tuyos comen y beben”. 

Jesús les contestó: “¿Ustedes pretenden hacer ayunar a los amigos del esposo mientras él está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado; entonces tendrán que ayunar”.

Les hizo además esta comparación: “Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo para remendar uno viejo, porque se romperá el nuevo, y el pedazo sacado a este no quedará bien en el vestido viejo.  Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres; entonces el vino se derramará y los odres ya no servirán más. ¡A vino nuevo, odres nuevos! Nadie, después de haber gustado el vino viejo, quiere vino nuevo, porque dice: El añejo es mejor”.

 

 

Palabra de Dios

 

 

 


 

P. Matías Jurado sacerdote de la Arquidiócesis de Buenos Aires

 

 

¿Por qué la comparación? ¿Por qué los escribas y fariseos le plantean a Jesús lo que hacen sus discípulos y lo que hacen los de Juan? ¿Qué intención hay detrás? Siendo que en en la balanza salen mal parados los discípulos de Jesús, la pregunta no parece demasiado bien intencionada, ¿no? Sin embargo, como siempre, Jesús se detiene y responde. Otra vez se nos muestra manso y humilde de corazón.

Pero, como siempre, no se queda con la superficie. Responde sobre lo que hay de fondo. La pregunta es sobre el ayuno. Y lo que resuena en el fondo es: ¿para qué sirve el ayuno? ¿Cuál es su sentido?

En las enseñanzas que encontramos en la Biblia, el ayuno sirve para superar ciertos obstáculos: oración y ayuno, recomienda en algunas situaciones complejas y especiales.

Entonces, ¿por qué la pregunta? No es difícil imaginar que, como los escribas y fariseos se habían ido ritualizando, perdiendo de vista el fondo, imaginaran que una persona que ayuna “se ve” mejor que las demás. Más austera, más sufrida, más santa. Y que, como era su costumbre, quisieran pelear a Jesús, esta vez a través de sus discípulos.

 

Jesús vuelve al ayuno a su debido lugar: es un medio para alcanzar algo, para superar algo. Es importante. Pero no es un fin en sí mismo.

Lo importante, el objetivo final, es la alegría. La alegría del encuentro con Dios, la alegría del encuentro con su gracia. No hay alegría más grande, nos señala, que ser amigos del novio, que estar con él, que disfrutar de su amistad. Esa alegría, cuando es genuina, cuando es encontrada, inunda y supera cualquier otra cosa. El que mira al sol cara a cara, el que dispone de su luz, ¿para qué quiere una vela?

 

En la búsqueda de la felicidad, en la búsqueda de ser mejores, en la búsqueda del bien, quizá podemos estar cayendo en otro el error de los fariseos: no es nuestro esfuerzo lo principal, sino lo que hace por nosotros Dios, que viene a nuestro encuentro. Cuando su gracia nos inunda, nos desborda… ya no tiene sentido nuestro esfuerzo. Delgado equilibrio. Y un esfuerzo que no deja de ser necesario. Pero como medio, por supuesto. Pero que, como cuando el viento empuja las velas… ¿qué sentido tiene seguir remando?

 

Alguna herejía sostuvo que nos salvamos por nuestras propias fuerzas. La Iglesia nos enseña que no. Tenemos que esforzarnos, tenemos que luchar… pero al final, descubrimos que todo -hasta ese esfuerzo necesario- era gracia. Y la alegría de encontrarnos con semejante amor no puede ser comparada con nada.

 

 

 

Fuente: Radio Maria Argentina

 

Radio Maria Argentina