11 DE SEPTIEMBRE – DÍA DEL MAESTRO

sábado, 12 de septiembre de
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¡Qué fecha emotiva! Particularmente, me hace pensar en algunas cosas. Hablaré pensando propiamente en mí, ya que soy docente, pero también puedo hacer extensivos  estos pensamientos a cualquier persona que tenga mi misma profesión.

 Por un lado, qué importante tarea la de cada docente. Por el otro, qué “grande” es uno y a la vez qué “pequeño”. Me refiero a que, precisamente por la tarea de los maestros y el amor con el que se la lleva a cabo, son  de los “grandes”, pero al mismo tiempo hay carencias y limitaciones, que deben ir superándose.

Sin embargo, más allá de todas las pobrezas, pienso que el lugar de un maestro es importante e irremplazable: si un docente que lleva a cabo su trabajo con responsabilidad (aunque sea que esté lejos de ser perfecto), dejara de trabajar como tal, su lugar quedaría vacío.

Por otra parte, ¡cuántas veces se siente que se tiene viento en contra…! Es en esos momentos en especial cuando hay que mirar al interior y buscar la esencia de uno mismo: el enseñar. Y es así que se continuará alimentando la propia vocación, para que ésta crezca cada vez más.

Y quisiera profundizar un poco más. Hablaré por mí, pero claramente esto que diré no corresponde únicamente a mi persona. La esencia de mi ser es enseñar, sí. Pero antes de enseñar, antes de “hablar” -como bien se puede decir-, mi vocación es “escuchar”. Escuchar por el aprender, por un lado (seguir aprendiendo contenidos conceptuales, procedimentales y actitudinales, como quien diría); escuchar por el prestar atención a la voz de Dios, por el otro y no menos importante, sino lo que le da sentido a todo. Antes de ser maestra, soy cristiana, hija de Dios, miembro de la Iglesia. Y como tal, lo primero que debo hacer es escuchar a nuestro Padre. Por eso, lo primero que debo hacer en el día es rezar, consagrarle a Dios todo lo que soy, lo que tengo, lo que voy a hacer y las personas con las que me encontraré. En fin, poner en sus manos todo lo que se me ocurra y lo que no también. Lo primero y lo último que debo hacer en el día es rezar: orar a la mañana y a la noche, antes de dormir, para darle gracias y pedirle repare mis fuerzas y las de todos. Pero no sólo en estos dos momentos debo rezar, sino siempre. Como decía San Pablo, “oren sin cesar” (1 Tes. 5, 17). ¿Qué significa esto? Quiere decir hablar con Dios frecuentemente y hacer de mi vida una oración (con mi trabajo, mi descanso, mis palabras, pensamientos, sentimientos y cada rincón de mi vida y mi persona).

Considero que todo esto que escribí sirve no sólo a los maestros, sino también a cualquier otra persona que puede tranquilamente tomarlo y apropiarlo para sí, tenga la ocupación que tenga.

 

¡¡¡Feliz día del maestro!!!

 

“En cuanto a ustedes, no se hagan llamar ‘maestro’, porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos”. (Mt. 23, 8).

 

Belen Ibañez