¿Por qué caminan? II

miércoles, 7 de octubre de
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La última peregrinación a Luján me dejó muchos sentimientos encontrados… no tengo tanta historia en esto, pero hubiera sido la tercera consecutiva y era un viaje que hace un año esperaba. Sin embargo, a causa de una fuerte gripe y con todo el dolor del alma, tuve que cancelarlo el día anterior (vivo en Tandil; salíamos a las 3am del sábado para llegar a Liniers por la mañana y comenzar a caminar desde ahí). Luego descubrí que finalmente estuve donde tenía que estar, ya que los planes de Dios siempre son mejores; sentí que la lujanera tal vez me quería dando una mano por acá (aunque esa es otra historia…).

Viví la jornada de una manera bastante particular, ya que nunca me había visto de este lado, teniendo a mis amigos por allá. Pensaba en ellos, en por dónde andarían, en los chicos que vivían esta experiencia por primera vez, en lo cerquita que los sentía a pesar de la distancia.

 

Mirando las imágenes que iban pasando por el noticiero, con una Avenida Rivadavia llena de gente, sólo me salía decir “Qué lindo… ¡es increíble!”.

 

La escritura es para mi una manera de poder volcar los sentimientos de una manera más ordenada… quería compartir unas palabras de aquel día, que se vinculan muchísimo al testimonio de Jorge.

 

Esto es lo que salió:

 

Hoy se realiza una nueva peregrinación a pie, la número 41. Pero…

 

¿Por qué tanta gente se esforzaría tanto para llegar hasta una imagen? ¿Cómo pudo haber crecido tanto la idea de aquellos jóvenes? ¿Qué les pasa por la cabeza, qué los motiva? ¿Acaso no saben que el camino es duro, que son kilómetros y kilómetros de andar por el asfalto? ¿Nadie les avisó que llega un punto en que sentís que las piernas no te dan más? ¿Nadie les dijo que a veces el calor pega o, por el contrario, te puede agarrar una lluvia que hace que todo pese un poquito más? Si la Basílica está abierta todo el año, ¿qué gracia tiene ir ahora, que la encontrás llena de gente y no precisamente en las mejores condiciones?

Y a pesar de eso, caminan…. peor aún, ¡hay muchos que lo hacen más de una vez!

Dicen que es un acto de fe, que todo se explica gracias a esa palabra tan cortita. Dicen que ver tanta gente distinta avanzando hacia Ella te conmueve. Dicen que el celeste y blanco alcanzan, todavía, un significado mayor. Dicen que el camino no es tan pesado, porque María también camina con vos. Dicen que todos esos voluntarios a la vera de la ruta te contagian de alegría y te llenan de esperanza. Dicen que nunca rezaste un rosario con tanto amor. Dicen que nunca cantaste con tanta energía, a pesar de no dar más. Dicen que son horas y horas de pensar en los que más querés, en aquellos que no conocés, en los que te encomendaron sus intenciones. Dicen que sentís el cariño y la preocupación de los que dejaste en casa. Dicen que nunca te importó tanto que un amigo tuyo pudiera avanzar unos metros más. Dicen también que recibís los abrazos y las palabras más sinceras. Dicen que los lazos se fortalecen, de cara a este destino compartido. Dicen que sos capaz de correr, saltar o preferir dar pasos milimétricos, de manera alternada y sin un criterio muy claro. Dicen que el atardecer tiñe de magia ese horizonte colmado de peregrinos. Dicen que nunca te alegró tanto divisar un puente en la distancia. Dicen que ese mate cocido calentito a la pasada -y ofrecido por manos anónimas- es lo más reconfortante del mundo. Dicen que el tramo final es el más difícil, que las últimas cuadras adentro de Luján parecen eternas, pero que una vez que llegás a los pies de la imagen todo se desvanece y lo que más deseás es poder volver al año siguiente.

Dicen… 🙂

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Creo que la pregunta original es totalmente esperable, sumamente lógica: ¿Por qué lo hacen? También descubrí que la respuesta es simple, pero sólo se entiende desde el corazón: cada paso es una ofrenda de amor, cada paso es un acto de fe… a pesar del calor, del frío, de la lluvia o el cansancio, ¡¡María, tu pueblo aún camina!! ¡¡Los colores de tu manto, que son también los nuestros, siguen siendo el motor que moviliza a tantos hijos de esta tierra!!

 

Cuando llegás y la ves ahí, tan chiquita y enorme a la vez, esperando, recibiendo, no importa nada más: el alma te explota de alegría y los ojos se nublan de emoción. Entre una cosa y otra, es poder mirarla de frente y decirle “Acá estoy, llegué… vengo a devolverte un poquito de tu compañía… ¡GRACIAS POR TANTO!”.

 

Y el camino tiene ese otro plus… Es la posibilidad de ayudar y de ser ayudado. Es compartir tu historia con el que tenés al lado, es escuchar la suya. Es canto y oración. Es pensar en tu familia, en tus amigos, en los que se preocupan por vos. Es valorar el trabajo de tanta gente que se ofrece y te insta a seguir. Son risas, son anécdotas, son cambios de ritmo (de una marcha cargada de energía al “No te preocupes, yo te espero”). Es romper el silencio de la noche con un “Alma misionera” que le hace frente a cualquier inclemencia climática. 

 

Es ponerla como meta, es elegirla como hace tanto tiempo nos eligió…

Por lo pronto, y si ella así lo quiere, ya sé donde me gustaría estar el primer fin de semana de octubre del año que viene.

 

 

 

NOTA: El denario de la foto es un presente que me trajo una amiga, una de las chicas que peregrinaba por primera vez. “¡¡Está rezado y todo!!”. Pequeños grandes gestos…

 

Sofía Zeme