La fe nos enseña que Dios vive en la ciudad,
en medio de sus alegrías, anhelos y esperanzas,
como también en sus dolores y sufrimientos.
Las sombras que marcan lo cotidiano de las ciudades,
violencia, pobreza, individualismo y exclusión,
no pueden impedirnos que busquemos
y contemplemos al Dios de la vida
también en los ambientes urbanos.
Las ciudades son lugares de libertad y oportunidad…
En ellas las personas tienen la posibilidad de conocer a más personas,
de interactuar y convivir con ellas…
En las ciudades es posible experimentar
vínculos de fraternidad, solidaridad y universalidad.
En ellas el ser humano está llamado a caminar
siempre más al encuentro del otro,
convivir con el diferente,
aceptarlo y ser aceptado por él.
Aparecida