En los primeros días del año, en el tiempo de Navidad, se nos presenta el llamado que Jesús hace a sus primeros discípulos. Nosotros también estamos recibiendo un llamado. Hoy el Señor te está llamado. ¿Vos dirás por qué habría de llamarme a mí? Así como lo hizo con Mateo, justamente así te llama a vos. Así lo dice el Evangelio “he venido por los pecadores no por los justos”.
¿A qué sentís que te está llamando Jesús? Jesús nos sigue llamando. Hoy pasa y por tu nombre te dice “…. seguíme”. Animate a preguntarle “¿A dónde?” ¿Qué está buscando de vos?
Él nos llama a ir detrás de Él en este tiempo en este contexto, algo quiere hacer el Señor con vos.
Por lo tanto no hay motivo para que tu sentir de lejanía, culpa o lo que te haga sentir y pensar que no es con vos la cosa. Sí, es con vos, te está llamando y quiere decirte algo. No estas afuera de los que él llama. ¿Cómo? Con misericordia, no con sacrificio. No nos llama porque somos santos ni buenos ni virtuosos. Nos llama por pura libertad de amor. Él que nos creo ha puesto algo dentro de nosotros. El Señor mira ese granito de arena que ya puso en tu corazón, está pidiendo que se lo entregues.
Entonces hay que preguntarse: en el mundo en el que estamos viviendo ¿Qué, con qué puedo colaborar? Él primer paso es dejarse mirar por el Señor, dejarse abrazar por su mirada amorosa, llena de misericordia. Desde ahí podrás descubrir los dones que Dios puso en tu corazón.
Mateo no sólo manejaba dinero considerado impuro por provenir de gente ajena al pueblo de Dios, sino que además colaboraba con una autoridad extranjera, odiosamente ávida, cuyos tributos podían ser establecidos arbitrariamente. Por estos motivos, todos los Evangelios hablan en más de una ocasión de “publicanos y pecadores” (Mt 9, 10; Lc 15, 1), de “publicanos y prostitutas” (Mt 21, 31). Además, ven en los publicanos un ejemplo de avaricia (cf. Mt 5, 46: sólo aman a los que les aman) y mencionan a uno de ellos, Zaqueo, como “jefe de publicanos, y rico” (Lc 19, 2), petizo agrandado. La opinión popular los tenía por “hombres ladrones, injustos, adúlteros” (Lc 18, 11), pero no así ante la mirada de Dios.
Ante éstas referencias, salta a la vista un dato: Jesús no excluye a nadie de su amistad. Es más, precisamente mientras se encuentra sentado a la mesa en la casa de Mateo, respondiendo a los que se escandalizaban porque frecuentaba compañías poco recomendables, pronuncia la importante declaración: “No necesitan médico los sanos sino los enfermos; no he venido a llamar a justos, sino a los pecadores” (Mc 2, 17).
Jesús te esta llamando y te invita, y cuando Jesús llama espera respuesta. No demores en darle tu sí.
La buena nueva del Evangelio consiste precisamente en que Dios ofrece su gracia al pecador. Esto es lo que celebramos y bendecimos a Dios: Que siendo nosotros de corazón frágil recibimos esta buena nueva para recrear el mundo. En otro pasaje, con la famosa parábola del fariseo y el publicano que subieron al templo a orar, Jesús llega a poner a un publicano anónimo como ejemplo de humilde confianza en la misericordia divina: mientras el fariseo hacía alarde de su perfección moral, “el publicano (…) no se atrevía ni a elevar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!””. Y Jesús comenta: “Les digo que este bajó a su casa justificado y aquel no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado” (Lc 18, 13-14).
Pablo dirá “Yo me glorío en mi propia debilidad porque cuando son débil entonces soy fuerte. Tres veces le pedí al Señor que me sacara esa espina que llevo en la carne y por tres veces me dijo ‘Te basta mi gracia’”
Querido hermano, eso que vos crees que es lo que te cuesta es lo que a los ojos de Dios vale, es tu granito de arena, el que te pide. En la misericordia del Padre nos sentimos llamados, convocados.
San Juan Crisóstomo hace un comentario significativo: observa que sólo en la narración de algunas llamadas se menciona el trabajo que estaban realizando esas personas. Pedro, Andrés, Santiago y Juan fueron llamados mientras estaban pescando; y Mateo mientras recaudaba impuestos. Se trata de oficios de poca importancia, “pues no hay nada más detestable que el recaudador y nada más común que la pesca” (In Matth. Hom.: PL 57, 363).
Esto los digo para aquellos que en el marco de la vida social en la que vivimos dice “¿Pero quien soy yo? un simple barrendero, una simple chofer, una operadora telefónica, un operario de fábrica, el diariero, una ama de casa, una servidora doméstica”. La palabra lo dice, esto lo hace Jesús precisamente para confundir a todos aquellos que se creen alguien, aquellos soberbios. Todo lo contrario, Jesús ha elegido lo débil, lo frágil y lo desechable del mundo para confundir a los que se creen sabios.
Padre Javier Soteras
fragmento de la Catequesis del 29/09/2015