San Francisco Javier y Rodrígues, compañeros de apostolado

martes, 12 de enero de
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San Ignacio de Loyola, antes de conformar la Compañía de Jesús como la conocemos, se encontraba a la espera de sus primeros compañeros que venían desde París. Allí esperaban partir a Roma a que el Papa pudiera firmarles un permiso para ir de peregrinos a Jerusalén. En la tierra de Jesús intentarían descubrir a dónde los llamaba el Señor a servirlo. 

En Venecia debieron esperar algún tiempo hasta encontrarse con el Papa en Roma. ¿Qué hacer? Ignacio dividió a sus 8 compañeros en dos grupos y los envío a los hospítales públicos “para que desciendan de la teología a enfermos de carne y hueso, y de las sutiles disputas a los más humildes menesteres como eran hacer camas, barrer, lavar ropas, limpiar llagas, vestir y enterrar muertos. Tenían que forjarse solos, ser cada uno héroe por impulso propio. 

La inmersión de aquellos universitarios en zonas desconocidas y poco gratas de la vida tuvo que ser brutal; hacían falta fuerzas de gigante para soportarla y vencer repugnancias, poco menos que invencibles, de la naturaleza. Más sobre la naturaleza está la voluntad y puede prevalecer la segunda, cuando es la de un Javier, quien, para vencer las náuseas que le causan las llagas de un sifilítico, las lame en un gesto sobrehumano; o la de un Rodrigues, que, al ver que se le negaba cama en el hospital a un leproso, le permitió compartir la suya.  En tales trances, Javier llegó a creer que se había contagiado y Rodrígues pasó un día enfermo de miedo de haber contraído la lepra. Eran de nuestra raza, pero de otro temple voluntarístico y espiritual” 

Fuente J. Ignacio Tellechea Idígoras en “Ignacio de Loyola, sólo y a pie”

Foto: Francisco Javier, Ignacio de Loyola, Fabro