Ábreme los ojos, Señor

domingo, 3 de abril de
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Ábreme los ojos, Señor

 

                El mundo y la humanidad nos cuestionan y nos inquietan. Querríamos poder descubrirlos en todas sus dimensiones, en su «más allá». Pero nuestra mirada sólo alcanza la superficie de las cosas y de los seres. Necesitamos otra mirada para penetrar más profundamente y ver, como ve Dios. Únicamente los «ojos de la fe», es decir, los ojos de Jesucristo incorporados a nuestros ojos de hombre, pueden damos su luz y permitimos un largo peregrinar.

                Veríamos entonces, poco a poco, a través de la historia humana, y en sus mínimos detalles, el espíritu de Jesús actuando y su gran Cuerpo que nace, crece, muere y resucita cada día. No contemplaríamos sólo a «Jesús de Nazaret» sino a Cristo desplegando en el tiempo su misterio de creación, de encamación y de redención, y podríamos unimos a él a través de toda nuestra vida y la de nuestros hermanos, para trabajar con él y edificar el reino de su Padre.

 

Llegaron a Betsaida y le presentaron un ciego, pidiéndole que lo tocara.

Jesús cogió al ciego de la mano, le sacó de la aldea y, después de haber echado saliva en sus ojos, le impuso las manos y le preguntó:

— ¿Ves algo?

Alzando la vista, dijo:

— Veo a los hombres, pues veo como árboles que caminan.

Jesús volvió a poner las manos sobre sus ojos; entonces el ciego comenzó a ver con claridad y, quedó curado, de suerte que hasta de lejos veía perfectamente todas las cosas (Me 8, 22-25)

 

Viviendo la verdad en el amor, crezcamos en todo hacia aquel que es la cabeza, Cristo. A él se debe que todo el cuerpo, bien trabado y unido por medio de los ligamentos que lo nutren según la actividad propia de cada miembro, vaya creciendo y construyéndose a sí mismo en el amor (Ef 4, 15-16).

 

Del mismo modo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, por muchos que sean, no forman más que un cuerpo, así también Cristo. Porque todos nosotros, judíos o griegos, esclavos o libres, hemos recibido un mismo Espíritu en el bautismo, a fin de formar un solo cuerpo; y todos, también, hemos bebido del mismo Espíritu (1 Cor 12, 12-13).

 

* *

 

 

Señor,

quisiera que me dieses ojos inmensos

para mirar el mundo.

Porque yo miro, Señor,

me gusta mirar,

pero mis ojos son pequeños,

demasiado pequeños

para ver más allá de las cosas,

de los hombres y de los acontecimientos.

 

Miro y adivino la vida,

pero sólo veo la corteza dura,

y a veces salvaje.

El amor me hace guiños,

pero sólo contemplo

algunas flores y frutos,

mientras que la savia se me escapa.

 

Y sufro tras mis gruesos cristales,

tropiezo con mis límites

y a veces me hiero cruelmente,

cuando se levanta de mi corazón una niebla

que ensombrece mi camino.

¿Por qué, Señor, nos has dado unos ojos

que no pueden VER,

VER tu VIDA, más allá de la vida,

tu AMOR más allá del amor?

 

A veces me parece ver… un resplandor,

y misteriosamente

nacen entonces en mi corazón

palabras un poco más hermosas

que las palabras ordinarias,

palabras que danzan y bailan,

tratando de huir de su jaula dorada.

Echan a volar de mis labios

e intento capturarlas

para decirme y decir

lo que adivino…

lo que presiento…

lo que presagio…

sin poder conseguirlo.

Pero las palabras a su vez son pájaros demasiado pequeños

y les reprocho que no sepan,

para mí y para los otros,

cantar el canto de lo infinito.

 

Y acepto a veces

cerrar los ojos largo tiempo

y en lo profundo de mi noche,

entreveo

un poco de esa Luz

que el día obstinadamente me esconde.

Entonces VEO sin ver,

entonces CREO.

 

Pero tú me diste, Señor,

ojos para mirar a mis hermanos,

pies para caminar hacia ellos,

y con ellos pisar la tierra firme.

Señor, ¿puedo caminar con los ojos cerrados

rechazando la luz?

Quiero VER mirando,

pero mis ojos son pequeños,

demasiado pequeños,

para contemplar el más allá.

Señor, dame ojos inmensos

para mirar el mundo.

 

Ábreme los ojos, Señor,

para que pueda VER. ..

más allá de la luz del amanecer

que de repente colorea la naturaleza

con la dulce claridad de un rostro de muchacha;

más allá de la luz del atardecer

en la que jirones de noche dibujan sobre la tierra

la sombra de las arrugas,

como los años sobre un rostro marchito…

.. .para que pueda VER por fin

algunos reflejos de tu LUZ infinita.

 

Ábreme los ojos, Señor,

para que pueda VER…

más allá de la rosa radiante y de su muda sonrisa,

más allá de la mano que me la alarga,

y del corazón más allá de la mano,

y de la amistad mucho más allá del corazón

…para que pueda VER,

por fin,

algunos reflejos de tu TERNURA.

 

Ábreme los ojos, Señor,

para que pueda VER. ..

más allá de los cuerpos de los hombres que atraen

o repelen,

más allá de sus ojos y de sus miradas

que se encienden o se apagan

…los corazones tristes,

los corazones alegres.

Y más allá de los corazones de carne,

las flores del amor,

e incluso las hierbas locas

que tan fácilmente llaman pecados,

… para que pueda ver por fin

a los hijos de Dios

que nacen y crecen despacio

bajo la mirada amorosa de nuestro Padre.

 

Ábreme los ojos, Señor,

para que pueda VER. ..

más allá de los polígonos industriales,

la noche,

en la que miles de luces se escapan de las fábricas en acción,

más allá de las bufandas de humo

que el viento agita

por encima de las chimeneas

apuntando hacia el inaccesible cielo,

más allá de esas inquietantes bellezas,

ciudades del año 2000,

en las que el hombre sin cesar rehace el rostro de la tierra,

.. .para que pueda VER por fin y OÍR

el latido del corazón de miles de trabajadores

que contigo completan la creación.

 

Ábreme los ojos, Señor,

para que pueda VER…

más allá del inextricable embotellamiento

de las innumerables carreteras humanas,

carreteras que suben o que bajan,

carreteras rápidas o carreteras sin salida,

semáforos rojos,

semáforos verdes,

sin direcciones prohibidas y velocidades limitadas,

carreteras del este, del oeste, del norte o del sur,

caminos que llevan a Roma,

a Jerusalén

o a La Meca,

más allá de los miles de millones de hombres que los recorren

desde hace miles de años

y más allá de ese prodigioso misterio de su libertad,

que les arroja,

pensando,

amando,

por esos caminos de vida

donde se entrecruza su destino,

… para que pueda VER

tu calvario empinado

dominando el mundo en el cruce de todos los caminos,

y a TI

descendido de la cruz

recorriendo resucitado todos esos caminos de Emaús

en los que tantos hombres se codean contigo sin reconocerte

y algunos sólo en tu Palabra

y en la fracción del pan;

… para que pueda VER por fin

tu gran Cuerpo que crece

bajo el soplo del Espíritu

y el trabajo maternal de María,

hasta el día en que te presentarás al Padre,

al final de los tiempos,

cuando, oh mi gran Jesús,

hayas alcanzado tu talla adulta.

 

Pero sé, Señor, que en este mundo

he de ver sin VER

y que en esta tierra seré siempre

corazón insatisfecho, peregrino del invisible.

Sé también que sólo mañana

franqueando las puertas de la noche,

y VIÉNDOTE por fin tal como eres,

a tu luz

VERÉ tal como tú ves (1 Jn 3, 2).

Hay que aguardar todavía, y caminar en la penumbra…

Pero si tú quieres, Señor,

para que mi oración,

ofrecida aquí a los numerosos amigos

que la van a compartir,

no sea palabra vana llevada por el viento,

te pido,

te suplico:

danos ojos inmensos

para mirar el mundo,

y poder entrever un poco el más allá,

y los hombres que nos miran

verán que nosotros VEMOS.

Entonces, quizá por fin podamos decirles:

Es El, Jesucristo,

la Luz del Mundo.

 

Michel Quoist, en “Oraciones para rezar por la calle”

 

Juan Francisco Suarez