Día dieciocho: Dos Banderas

lunes, 4 de abril de

 



Momentos de la oración



 

1-Oración preparatoria (EE 46) Pido que el Señor me ayude en todo lo que voy a pensar para poder llegar a la libertad del Principio y Fundamento.


2-Ejercicio:

 

El primer punto [140] es ver dónde se me ubica el Mal Caudillo. Es decir las puertas de entrada en mí del mal Espíritu. En la meditación, Ignacio habla de Babilonia, modelo de la ciudad del pecado del Antiguo Testamento. Fíjense que aquí todavía no hay una acción mía en favor del ME. Simplemente es una ubicación. Es un poco el mundo del pecado original-originante en mi vida del que yo no fui culpable, pero que se me convierte en lugar preferencial donde se me asienta en Mal caudillo. Como sabemos, el Mal Espíritu se asienta fundamentalmente en dos bases de mi persona: las heridas dejadas por el pasado y los fervores indiscretos. ¿Cuáles son esas heridas y fervores? Se trata de ver sobre qué elementos de mi personalidad o de mi biografía se ubica la acción del mal caudillo… A veces es por experiencias centrales en mi vida aunque no sean heridas, por hechos de mi historia que son claves. Pero hay que ver concretamente dónde se me ubica a mí la presencia del Mal Espíritu: actitudes, hábitos de mi persona, relaciones, ubicación ante medios, deseos, gustos, cosas…


 

Babilonia tiene un aspecto, dice Ignacio, de figura horrible y espantosa, pero rodeada de fuego y humo: no se ve el verdadero aspecto de Babilonia, se disimula. Por eso el que está en Babilonia no advierte esta horrible figura, más bien se siente feliz y atraído. Lo ve como apetecible y deseable.

 

 

El segundo punto [141] es la presencia omnipresente del ME, el mundo de las tentaciones (descaradas o encubiertas). El ME está en todas partes y en todas las dimensiones humanas, aún en las más sagradas. Ignacio dice que su llamamiento está presente por todas partes, se mete en el mundo, en la Iglesia, en los santos, en las mejores sociedades: busca corromper todo, en medio del mejor trigo está la cizaña. Y utiliza emisarios, otros demonios. Aquí será de ver a través de qué o quienes se me tienta.

 

 

El tercer punto [142] es el discurso que les hace, es decir la estrategia del ME, su intención, lo que pretende. Hay como una estrategia standard, dice Ignacio, que suele caminar por un escalonamiento triple: Deseo de riquezas (seguridad, acomodamiento, relaciones, poseer y disfrutar lo que se tiene) – vano honor del mundo, es decir fama, que se hable bien de mí, la imagen, que se me admire – y finalmente crecida soberbia: el hombre en el centro de todo. Yo, el centro. Los otros y Dios quedan por fuera.

 


 

Aquí no se trata de meditar sobre la vanagloria o la soberbia en general, sino de ver en qué medida el ME recorre esa escalera paradigmática en mi vida. San Ignacio pone el esqueleto pero se trata de ponerle mi propia carne y sangre: ¿cómo ocurre eso en mi vida?

 

 

Cuarto punto. No viene en Ignacio pero cae de su peso: ¿cómo suelo reaccionar a esa estrategia? En la vida, en la oración, en el Mes de Ejercicios: ¿me voy como el toro al trapo, soy capaz de hacerme consciente, soy capaz de distancia, hay una reacción estable en mí?… ¿Lucho permanentemente contra el ME o sólo al principio?

 



 

3-Coloquio Es un triple coloquio, dirigido a María, a Jesús y al Padre. En eso se parece a aquellos coloquios del tercer Ejercicio de la Primera Semana. Pero hay una clara diferencia: allí se pedía algo activo: rechazar, enmendarse, yo tenía que ponerme en acción. Aquí es más pasivo: que se me ponga, que yo sea recibido, que Dios me llame, me aliste en esa bandera. Es decir, es Dios quien tiene la iniciativa, no yo. De mi parte yo me dispongo deseando pobreza, oprobios e injurias, pues aún no sé a qué estilo de vida Dios me llamará y cómo tendré que vivir el seguimiento. Yo pido y pido a la espera… Y seré puesto cuando se me indique el modo de vida en el que Dios me elige y llama.




 

4-Exámen de la oración me pregunto cómo me fue, las preguntas no hay que hacérselas a la cabeza sino a las imágenes. Me puede parecer que yo selecciono las imágenes. Pero es Dios quien me lleva a detenerme en ésta o aquella del álbum. Y desde ahí puedo hacerme preguntas como éstas: ¿Cómo es esta imagen? ¿De qué está construida? ¿Qué hay y qué no hay en la imagen? ¿Qué es lo que la imaginación se resiste a construir? ¿Qué explica que Dios quiera que me detenga en esta imagen o en esta palabra y no en las otras? ¿Por qué yo u otra de las personas están presentes o ausentes en la imagen?… Hay que hacerle preguntas a la imagen, a la sensación o a la palabra que ha resonado más en mi oración… Por eso a un buen contemplador le bastarán pocas imágenes…Es importante saberse ubicar bien en la contemplación: dónde estoy en ella y qué se me dice a mí en particular. Tal vez difiere de lo que se les dijo a los personajes del Evangelio… Me quedará la labor de interpretar ese signo y a la luz de Dios no me costará hacerlo. Así terminaba Jesús las parábolas: “El que tenga oídos para oír, que oiga”…

 

 

 

Oleada Joven