¡En busca de cuatro tesoros!
Junto con Caro (Laica consagrada francesa) emprendimos un viaje a Aracajú, que queda a 6 horas desde Salvador, para visitar a Ronsangela y a los niños Marilia, Marcio y Maiara.
Ellos salieron de la Fazenda en Diciembre y quería verlos una vez más antes de volver a la Argentina.
Les recuerdo, como les escribí en mi 3° carta, Rosangela tiene una discapacidad mental y casi que no tiene la posibilidad para cuidar y criar de sus 3 hijos. Lo que sí puede hacer es amarlos infinitamente como mamá, pero para el consejo tutelar no es suficiente y todo puede ser motivo para retirarle a los niños de su cuidado. Lo cual la llevaría a perderse totalmente.
Cuando llegamos a la casa fue una locura, Rosangela contaba una y otra vez todas las anécdotas que ocurrieron en la Fazenda, ella resaltaba que a todo mundo le gustaba la ensalada que ella hacía y así mil historias.
Marcio (5) y Maiara (3), los más pequeños, nos mostraban las zapatillas que les habían regalado, eran más grandes, pero estaban felices de usarlas así, enormes.
Marcio jugaba al futbol y Maiara con la bicicleta, todos querían mostrar lo que podían hacer y recordaban con mucho cariño el tiempo en la fazenda.
Luego se hizo la hora de buscarla a Marilia (7) en la escuela. La tía y la abuela mencionaron que Marilia cuando regresó de la Fazenda había cambiado. Todos notaban como había mejorado en relación a la conducta, no estaba tan peleadora, ni contestadora. Todos veían grandes cambios en la forma de actuar de ella, estaba más tranquila.
Cuando nos vio, nos dio un abrazo fuerte y luego después nos ignoró, no nos miraba, ni nos hablaba. Pienso que es el corazoncito que mas siente todo lo que sucede a su alrededor, es la más consciente de que estábamos allá y eso era también un shock para ella.
Este viaje se estaba acabando y llegaba el momento de la despedida, teníamos que salir para la terminal. No fue fácil darles ese último abrazo y apretar esos cachetes, pero lo que me dejaba tranquila es que los amigos de la Fazenda seguramente irían a verlos otras veces y continuarían dándoles abrazos, apretando esos cachetes, hacer cartitas y jugar a la pelota.
Ahora bien, cuando me encuentro con algunas personas, me preguntan y ¿qué hacían? Y yo me quedo pensando y respondo… vivíamos el día a día. No eran actos extraordinarios, sino simples pero que tenían un toque, que lo hacían diferente.
Hacer el desayuno en la mañana, despertar a los niños para ir a la escuela, hacer la comida, limpiar la casa, arreglar el jardín, jugar con los niños, visitar a los amigos. Todo esto con un ingrediente especial, poniéndole un toque de AMOR, un amor tan grande como que en cada gesto se reflejara el amor a Cristo, a Cristo que estaba en los niños, en los ancianos, en los discapacitados, en los jóvenes, en ellos, ahí estaba mi Jesús.
Doy gracias a Dios por haberme permitido hacer esta experiencia que me cambio la mirada y el corazón.