Un día San Pedro estaba de muy mal humor en el Cielo. Se presentó ante Jesús y le dijo: -Maestro, sabes que se van a cumplir dos mil años desde que me hiciste “portero” del Cielo al darme las llaves del Reino… Desde entonces no ha entrado aquí nada que no esté más limpio que el sol… En esto soy puntilloso, bien lo sabes…
-Sí, Pedro, lo sé y te estoy muy agradecido por tu celo en el cuidado del Reino de los Cielos…
-Pues me temo -dijo Pedro- que algo está pasando. Desde mi observatorio de la portería vigilo y he observado que en las avenidas celestes hay caras desconocidas… ¡y lo que es peor, poco limpias! Hasta los vestidos de algunos bienaventurados dejan mucho que desear…
-Bien Pedro… ¿y qué sugieres?
-Una investigación de las murallas, porque…. por la portería no han pasado. Tiene que haber “otra puerta” distinta de la mía, Señor.
Aquella tarde, a la hora de la siesta, Jesús y Pedro se dieron una vuelta de inspección por las murallas de la Gloria… hasta que por fin Pedro, triunfante, gritó:
-¡¡Ahí está, Señor, ahí está!! ¡¡Ya lo sabía…!! ¡¡Mira!!
Señalaba, tras un rosal florecido, un hueco del que pendía un rosario que llegaba hasta la Tierra.
Y dijo el Señor:
-Déjalo Pedro, esas… son cosas de mi Madre.
San Alfonso María de Ligorio nos enseña que si bien María es la mas fiel intercesora de nuestras almas, no ha de servir dicha intercesion para animarnos a vivir en pecado, con la esperanza de que María nos librará del infierno en el último momento; pues, sería una gran locura tirarse a un pozo con la esperanza de que María nos preservara de la muerte, como ha salvado a otros en semejante situación, pero mayor locura seria arriesgarnos a llegar a la hora de la muerte en pecado con la pretensión de que la Virgen nos libre. Que la intercesion de nuestra Madre sirva para reavivar nuestra confianza pensando que, si ella ha podido librar del infierno aun a aquellos que parecían haber muerto en pecado, cuánto más será poderosa para impedir que caigan en el infierno los que durante su vida recurren a ella con intención de enmendarse, y fielmente la sirven. Si saludamos con perseverancia a la Santísima Virgen con el santo Rosario, tenemos con ello un indicio sumamente grande de que vamos a conseguir la eterna salvación.
Fuente: www.religionenlibertad.com