El rosario es un coloquio confidencial con María, una conversación llena de confianza y abandono. Es confiarle nuestras penas, manifestarle nuestras esperanzas, abrirle nuestro corazón. Declararnos a su disposición para todo lo que ella, en nombre de su Hijo, nos pida. Prometerle fidelidad en toda circunstancia, incluso la más dolorosa y difícil, seguros de su protección, seguros de que si lo pedimos ella nos obtendrá siempre de su Hijo todas las gracias necesarias para nuestra salvación.
Ella debe ahora acompañar vuestra vida. Debemos confiarle esta vida. Y la Iglesia nos propone justamente para ello una oración muy sencilla, el rosario, ese rosario que puede tranquilamente desgranarse al ritmo de nuestras jornadas. El rosario, lentamente rezado y meditado, en familia, en comunidad, individualmente, les hará entrar poco a poco en los sentimientos de Cristo y de su Madre, evocando todos los acontecimientos que son la clave de nuestra salvación.
Sigan amando el santo rosario y difundan su práctica en todos los ambientes en que se encontren. Es una oración que los forma según las enseñanzas del Evangelio vivido, los educa el ánimo a la piedad, les da perseverancia en el bien, los prepara a la vida y, sobre todo, los lleva a ser amados de María Santísima, que los protegerá y defenderá de las insidias del mal. Recen a la Virgen también por mí y yo los confío a cada uno a su protección maternal.
San Juan Pablo II