PALABRAS EN LA NOCHE

lunes, 6 de junio de

“Después de despedir a la gente, Jesús se retiró de nuevo al monte solo”

(Jn 6,15)

Esta noche vengo a ti, Abba, después de despedir a la multitud venida de todas partes que me han seguido hasta el desierto. Al verlos me he dado cuenta de que estaban hambrientos de escucharte y verte y tocarte a través de mí, y he sentido que me llamabas a realizar para ellos un signo de tu compasión y de tu ternura.

 

Los he hecho recostar sobre la hierba, como un pastor que conduce a su rebaño junto a una fuente tranquila, y me he dispuesto a servirles el banquete que tú mismo habías preparado. No había mucho que repartir y he sorprendido en algunos el gesto ávido de retener lo poco que tenían para comerlo en soledad y a escondidas.

 

Mis discípulos, como casi siempre, miraban la situación haciendo cálculos a partir de sus posibilidades: “no tenemos”, “esto es poco”, “despídelos”, “que vayan ellos mismos a comprar…” Ante cualquier imprevisto, se miran a sí mismos, miden sus propias fuerzas y se agobian por sus carencias, olvidándose de mirar hacia ti, Abba, que eres el manantial inagotable de todo don. Por eso he tomado en mis manos los panes y los pececillos que me han traído y he levantado mis ojos hacia el cielo para orientar su mirada hacia Ti, de quien lo recibimos todo. Luego he pronunciado la bendición sobre los alimentos que tenía en las manos, para arrancarlos de la esfera de la posesividad y devolverlos a su verdadero ser que es el de circular, y partirse, y generar vida, energía y convivialidad.

 

Al empezar a repartirlos, la gente ha comenzado también a ofrecer lo poco que tenía, a desapropiarse de lo que llevaban y a cambiar la preocupación por su sustento por el gozo de compartir con otros. La carencia estaba siendo vencida por el derroche y la gratuidad, y eso los igualaba, derretía muros invisibles de categorías y distancias, rompía la frontera entre extranjeros y hermanos.

 

Era tu vida la que circulaba entre ellos, Abba, y en ese momento he comprendido mejor que este deseo que me invade tantas veces de entregarles mi misma vida como alimento, como las madres a sus hijos pequeños, surge de ti y fluye de tus propias entrañas. Y por eso les hablo de ti como de un hogar abierto en el que esperas a tus hijos a mesa puesta, con un banquete que tú mismo has preparado y en el que abundan manjares espléndidos y vinos de solera.

 

He recordado aquella noche en que tú sacaste de Egipto a nuestros padres y los introdujiste en la tierra que mana leche y miel y sé que es a mí ahora a quien envías, Abba. Y que estarás a mi lado para sacar a tus hijos, hermanos míos, de la servidumbre de la posesión para conducirlos, más allá de sus ambiciones, a esa tierra tuya de la fiesta fraterna compartida.

Dolores Aleixandre RSCJ

 

Jimena ecj