Andrea, desde el Punto Corazón de Valparaiso.
Les voy a presentar una de las amigas más dulces del Punto Corazón de hace mucho tiempo: Señora Rosa. Ella tiene 71 años, su casa está casi en un basural, ya que a su alrededor tiran desechos. Tiene dos ambientes muy pequeños, y en ellos vive con sólo una cama y una mesita de luz. Su “heladera” es un tacho de pintura y su baño es una palangana la cual vacía cada tanto, por lo que en la casa no hay un olor muy agradable y siempre está lleno de moscas. Su trabajo es pedir limosna en el centro de la ciudad, pero como tiene problemas de salud, ya no sale casi nunca de su casa, está acostada escuchando radio o leyendo su libro de “San Pío de Pietrelcina”.
Hay algo en esta mujer, que hace que cada vez que la visitamos sea una luz para mí. Tuvo una infancia difícil, una vida golpeada, siempre sobreviviendo a todo lo que se le aparecía en el camino, que no fueron cosas sencillas. Pero lo más grande en ella es su Fe. Cuando habla, siempre nombra a Dios, o dice lo agradecida que está por las bendiciones que Él le da.
Hace unos días estuvo internada dos semanas, y a su vuelta lo primero que me dijo fue: “GRACIAS A DIOS estoy muy bien”. En vez de ponerse mal o quejarse, todo lo contrario, totalmente agradecida. Una persona tan pura de corazón, tan humilde y sencilla, que lo único que hace es brindar amor, y uno se da cuenta que su frase sale del corazón, no es un simple modismo al hablar. Un testimonio grande del amor por Cristo, de su entrega y abandono total hacía Él. Siempre confiada y con su fe inquebrantable.
“Me faltan oraciones para agradecerles. Nunca me voy a olvidar de ustedes, me moriré con el Señor y con ustedes”. Su frase para definir Puntos Corazón.
Aquí es donde puedo ver lo grande de esta Obra Puntos Corazón, ver la hermosa misión que Dios me encomendó en este lugar y que puso hoy en mi vida, con estas personas, con estos AMIGOS tan dulces, en este barrio. Es donde me hace ver ¡la presencia de Dios viva! que está aquí, en cada uno de los que visitamos cada día.
Muchas veces me pregunté ¿quién soy yo para entrar en la vida de estas personas? ¿Quién soy yo para recibir tanto cariño y amor de personas que tuvieron una vida tan dura? ¿Quién soy para entrar en sus mundos, para ver de cerca las heridas de Cristo? Y ahí entiendo que no soy yo la que elegí venir aquí, sino que fue Dios el que me trajo. Él me llamó a simplemente vivir todo esto a su lado, ser simplemente un instrumento de Él en este lugar, para servir y aprender, porque los amigos no hacen más que enseñarme lo que es el AMOR. El amor a cada persona que pasa por mi vida, pero en especial, el amor infinito hacia Dios, el que “lo cree todo, lo espera todo y lo soporta todo”.
Andrea.