Días atrás, me encontré con un papá que le estaba enseñando a su hijita a andar en patines.
Por más intentos que el padre hacía para que su hija se mantuviera en pie, ésta no hacía más que caerse y levantarse. Era sistemático, no se alcanzaba a levantar, cuando la pobre ya estaba nuevamente en el suelo.
De pronto, tomó a su hija del brazo y, calmadamente, le dijo en voz alta: “hija, tan solo tienes que dejarte llevar”. Probá hacer eso.
Esas palabras calaron profundamente en mi corazón y hoy me pregunto: ¿no será que el arte de la vida consiste en dejarse llevar? ¿No será que ponemos muchas resistencias a las situaciones y por eso vivimos desanimados y cansados?
Y cuando digo “dejarse llevar”, no me refiero a que tenemos que resignarnos ante las situaciones como si no quedara otra opción. O que “pasivamente” esperemos que suceda vaya a saber qué cosa. ¡No! Cuando digo “dejarse llevar”, me refiero a colaborar con la vida de manera activa, desplegando las velas de nuestra barca para no poner resistencia al viento que viene del Espíritu. El Espíritu sopla y tenemos que estar muy atentos para dejarnos empujar por Él.
Si le ponemos resistencia al viento del Espíritu todo se torna mucho más difícil. De ahí, estamos a un paso de la amargura y es muy factible que se instale en nosotros, el sentimiento de opresión, de tristeza y de fracaso.
¡Dejarse llevar! Propuesta, estilo de vida y actitud. Si probamos “dejarnos llevar”, quizá nos volvamos más dóciles al querer y a la voluntad de Dios. Y, probablemente, tengamos muchas más probabilidades de acertar en nuestras decisiones, viviendo conforme a ellas, y realizando el sentido de nuestra vocación.
P. JPR.