Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo:“Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo.
El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. ¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla?
No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: ‘Este comenzó a edificar y no pudo terminar’. ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil?
Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz. De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.”
Palabra de Dios
P. Raúl Gómez
Nos encontramos en el Domingo, día del Señor, en la semana XXIII del tiempo ordinario, del tiempo común. El Evangelio nos presenta de alguna manera estas condiciones que Jesús pone a sus discípulos y en ellos a cada uno de nosotros. El Evangelio de Lucas relata claramente como Jesús va en medio de la multitud que lo sigue, que busca en Él la salud, la alegría, la esperanza, y Él, dándose vuelta les dice a aquellos que lo siguen: “Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, hermanos, hermanas y hasta a su propia vida no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue no puede ser mi discípulo”. Cuando Jesús nos invita y nos llama al seguimiento, primero que nada nos llama por nuestro nombre para estar con Él y luego para enviarnos a predicar.
Pero en ese llamado tiene que haber una respuesta concreta de amor. Jesús dice: “Cualquiera de ustedes que venga a mí y no me ame más que…” Es decir, por sobre todas las cosas estamos llamados a amar con todo el corazón, con toda el alma con todo nuestro cuerpo al Señor.
Esa es la clave del seguimiento: un amor concreto, un amor que se hace entrega, que se hace ofenda, así como el mismo Jesús se entregó y se ofrendó por amor a cada uno de nosotros. Jesús nos sitúa en esta condición concreta de amor. Y nosotros podríamos peguntamos: ¿realmente le respondo con amor al Señor, realmente he renunciado a todo para seguirlo, para anunciarlo, realmente el Señor es el centro de mi vida y de mi historia. Jesús le añade a este texto dos imágenes concretas: primero la del constructor que se pone a edificar una torre, pero habla Jesús diciendo: “como ese hombre que se pone a construir una torre peo no calcula sus gastos.
Es decir, para construir necesitamos calcular todos los gastos, todo lo que necesitamos para que esa obra pueda completase. La otra imagen que pone Jesús es la de un rey con diez mil hombres y la de otro rey que viene en avanzada para combatir con veinte mil. Viendo el primer rey que es tal la cantidad de soldados que viene a enfrentarlos en vía una embajada para llegar a consolidar la paz, porque sabe bien que no va a alcanza con sus soldados para poder enfrentarlo. Es decir, con estas dos imágenes el Seño nos invita a responder concretamente a este seguimiento, a este llamado. Porque el Evangelio no tiene una propuesta difícil, complicada.
El Evangelio el Señor lo ha revelado a todos, especialmente a los pequeños, a aquellos que son los privilegiados del Señor. Y ahí nosotros deberíamos entrar, ahí nosotros deberíamos responder claramente. Pidámosle al Señor en este día que realmente podamos ser verdaderos discípulos, verdaderos misioneros, que sobe todo podamos amarlo cada día más y entregarnos cada día más a este seguimiento, a esta propuesta de amor. Que tengas una linda semana, que el Señor sea la luz y guía para tus pasos y que realmente su amor invada toda tu vida.