¡Una fe contagiosa!

miércoles, 28 de septiembre de
image_pdfimage_print

Qué distinto es un creyente alegre, fecundo, audaz, servidor, orante, amigos de los pobres y humildes, libre de estructuras asfixiantes y cuestionador de la sociedad en favor del bien común.

 

Qué lindo es conocer a un creyente amante de conocer más a su Dios, que no condena los errores ajenos porque reconoce su debilidad, que no juzga como dueño de la verdad sino que se declara buscador de ella como todos, capaz de sufrir con el que sufre y gozar desinteresadamente con quien goza, comprometido a amar a todos sin distinción de ningún tipo, dispuesto a entregar su vida por lo que cree y experimenta en el corazón propio y de su comunidad. ¿Te suena en qué Dios cree alguien así? Sí, el Dios de Jesús.

 

 

No privaticemos la fe

 

Sin embargo, nos ha sucedido es que tanto relegar la fe a lo privado, terminamos apagándola y haciéndola extraña al espacio común de un grupo de amigos, de una comunidad de trabajo, de una familia entre familias, de una institución cualquiera. Es increíble ver cómo las personas creen que la fe es una cuestión individual, íntima y personal que sólo se sostiene en el fuero interno. Lamento desilusionar a alguno, pero no. La fe es un hecho social, comunicable, práctico y que se nutre en la apertura hacia los demás. ¿Por qué? Porque la única forma de saber si nuestro Dios es verdadero es confrontando con los demás las experiencias de fe, no conservándola en un laboratorio particular alejado de la realidad en el cual entran algunos expertos en el tema. La fe es comunitaria y se sostiene comunitariamente.

 

Por eso cuando la compartimos nos expande el corazón, nos abre la mente, nos invita a amar más, a entregarnos más, a tener esperanza en medio de los conflictos, nos despeja la mirada para ver más allá, nos oxigena los momentos de dolor y nos acerca cada vez más a una vida plena, vivible, feliz. Esta es la señal de una fe auténtica.

Es cierto, hay actitudes de personas que se dicen de fe que son lamentables y nos sirven para escondernos de la responsabilidad de responder personalmente al misterio de la vida. Cuando la hipocresía o el fanatismo, errores que condensan lo peor del creyente, invade un ámbito todo queda relativizado y se vuelve cuestionable. Las personas de a pie se sienten extrañas a esto.

A su vez, resulta curioso que la coherencia se le exige a las personas de fe con mucha más fuerza que a las personas de ciencia, o del arte, o de la política, o de la técnica. Un médico puede hacer de su vida privada lo que quiera mientras cure, pero un creyente no puede hacer lo que se le monte con su vida privada y poner linda cara para cumplir con su religión. ¿Ves hasta dónde la vida es atravesada por la fe?

Quizá esta santa inconformidad ante la incoherencia viene porque justamente vemos que la fe es un valor tan alto para el hombre que quien lo manosea, trastoca también la experiencia de fe de cada uno de nosotros.

 

 

Fragmentos de un artículo de Emmanuel Sicre

 

 

Oleada Joven