Con mi vida entre las manos, te encontré sin yo quererloy a tu voz nunca le puse ni altavoces ni silencios.Fue con el paso del tiempo que aprendí a identificarlay a seguirla sin vergüenza, sin dobleces, sin matices.
Qué equivocado viví largos años, qué seguro de mí mismo.Cuánto daño hacen los credos que no admiten lo distinto.Cerrados mis ojos y oídos, sin saber cómo, oí tu vozy supe que era la tuya, porque estaba vacía de juicio.
Fue desde aquel momento que solo tu voz me importóy la voz de los que tu voz buscan en tinieblas o en dolor. sin importarme que fuera judío, gentil o mala persona,a todos tendí tu mano y en todos te pude escuchar.
(Seve Lázaro, sj)