Hace un poco más de un mes, una experiencia que nos marcó a todos en nuestra comunidad, fue la llegada de 3 niños de 10 años a nuestra casa a las 23hs. Ellos se habían escapado de un hogar de menores, y su historia era que querían vivir en un árbol, ser como “Tarzán” y comer chocolate y chispitas para sobrevivir. Los invitamos a pasar a nuestra casa para que tomen algo calentito, que se queden a dormir, y hacerles entender que 3 niños solos a esas horas de la noche, era muy peligroso.
Dejar entrar a estos niños, fue realmente dejar entrar a Dios a nuestra casa, sentir esa presencia de Dios pidiendo un hogar donde poder descansar, donde sentirse en familia, donde sentirse protegido y acogido. Y no sólo fue eso, sino fue dejarlo entrar en mi corazón.
¿Cómo explicar tanta felicidad que siento? Ver a estos niños que confiaron en nosotros sin conocernos, que se dormían mirando la Cruz de Cristo, escuchando una canción a la Virgen, y que era sólo eso lo que ellos pedían, lo que ellos necesitaban y buscaban, una simple presencia de Cristo, alguien que los AME.
Andrea, misionera argentina en el Punto Corazón de Valparaíso en Chile