Nuestro espíritu clama al Espíritu con gemidos inenarrables, nos afirma San Pablo. Esta frase 100% impregnada de profundidad relacional con el Señor, pero de una vida con los pies sobre la tierra, nos llena de confianza para gemir desde lo mas profundo: en las situaciones de dolor, de pérdida de seres queridos, de enfermedades, o situaciones en las que no podemos ver con claridad la Voluntad del Señor: ¡Señor sálvame! como le dijo su amigo Pedro en una ocasión. En ecos de este pedido de Pedro, esperando contra toda esperanza, esta pequeña oración, o grito del corazón:
Angustia y más angustia:
Que quieres tomar mi interior.
¿Dónde ha quedado la esperanza?,
¿En qué rincón de mi corazón?
El dolor se hace inexplicable
Inhumano diría yo,
Las horas se pasan lento
Solo noche en mi interior.
Re descubro la pobreza, la impotencia, lo más inmaduro de mí,
Los vínculos que más amo, posesivamente los alimento,
Para tapar el dolor tan adentro, que hay en lo más íntimo de mí.
Sin embargo y en el barro, me detengo porque oí,
La esperanza que cantaba, que aún se deja oír.
Que melodía tan bella, que transforma la realidad
En el medio de la tormenta, el sol parezco divisar
Los sueños vuelven a tomar color, y el amor vuelve a revestirse
De su traje transformador y esperanzador.
Y aunque unido al crucificado, profundamente me siento yo,
El amado aún me regala, chispazos de resurrección.
Sólo me queda el presente, vivirlo con amor,
Reavivar la paciencia y la esperanza, y no olvidar el amor.
Levanto la cabeza: ¡incondicional me tienes, mi Señor!
No me quites tu aliento, restaura mi interior.
Misericordia y más misericordia,
Sonrisa aunque no parezca de color,
Salir rápido al encuentro, del que está hundido en el dolor.
Paciencia para quienes con santidad y ahínco me acompañan, son mi motor:
Y con delicadeza inigualable mi inestabilidad cubren de amor.
Alegrarme ante el gozo, compadecerme en el dolor.
Vivir la pobreza evangélica poner mi seguridad en TI Señor;
Esperar con confianza,
Eso te pido, ¡oh MI más grande Esperanza!