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En un Viernes Santo…
jueves, 21 de abril de
Por la mañana
La inocencia de la Verdad contrasta con el escarnio recibido. Es el día de la osadía, del arranque y del vértigo. El día de la verdad: el momento de la entrega se está produciendo en totalidad.
Cristo sale de sí mismo por completo. Ahí está la Verdad desnuda, crucificada.
Regando amor, pero en forma de sangre que se le escapa de sí mismo.
Es el sacrificio de su vida, misterio del mayor amor. Jesús se atardece…, Jesús inclina la cabeza y muere.
Compasión, Tú, para nuestras vidas rotas. Siervo, Tú, que entiendes el oficio.
Toda la belleza que hay en la vida, Tú la ofreces al Padre desde la desnudez y la fealdad de tu cuerpo destrozado.
Y lo haces así porque estás convencido de que tu mensaje de amor y justicia es posible y que el proyecto de Dios sobre el mundo llegará.
Sucede como siempre: mucha gente que habla, que grita, que murmura; mucha gente que se esconde, que nunca da la cara. Voces en contra, pero ¿qué hablamos?, ¿qué gritamos?, ¿por qué nos escondemos? Si recogiéramos todas las palabras que hemos pronunciado en la vida, ¿se salvaría alguna? Y de los gritos ¿qué queda? En cuánta inutilidad nos empleamos, cuánto tiempo vivido sólo al nivel de los instintos.
Mientras tanto, los que sufren se han quedado sin voz, sin justicia, sin pan, sin defensor. Dios, como el menor de los humanos, muere en cruz fuera de la ciudad para no contaminarla.
A las tres de la tarde
Cristo por nosotros se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Diste tu vida por los hermanos: enséñanos a amamos mutuamente con un amor semejante al tuyo. Soy como un inválido, tengo mi cama entre los muertos, como arrancado de tu mano.
Así estás, mi Cristo, como una oveja que ha perdido el camino, como alguien que carga con crímenes que no son suyos, como un inválido golpeado. Perseguido a muerte, empujan su vida al sepulcro. ¿Quiénes? ¿Entre ellos estoy yo?
Dios parece que se esconde y que le abandona. Es la hora del desamparo. Pero Cristo confía en su Padre y a sus manos se encomienda como un desposeído de los muchos que pueblan la tierra. Como el mayor de los esclavos, reclina su cabeza en la miseria de una muerte ignominiosa. Dios sostiene la fortaleza de su Hijo.
Dios prepara la victoria: el odio ha clavado a Cristo en la cruz; el amor debe aliviar su dolor.
Cristo paciente, que cargado con nuestros pecados subiste al leño, nos dejaste un ejemplo para que sigamos tus huellas. A pesar de cómo te trataron, nunca proferías amenaza alguna.
Capacítanos para imitarte; que vivamos para la justicia y que, como Tú, nos pongamos en manos del que juzga justamente: en las manos de Dios, padre y madre sin medida.
Que podamos ofrecerte una vida sin mentira, sin fraude. Manten, Señor, la unidad de la Iglesia, protege a tu pueblo santo. Congrega a los cristianos en la unidad.
Carga sobre tus hombros de Pastor a quienes no creen en ti ni en tu Hijo Jesús; ábreles los ojos y el corazón. Guía los pensamientos y decisiones de los gobernantes para que en el mundo haya paz. Concede tu consuelo a los atribulados.
Por la noche
Este árbol de la cruz cuyo fruto humano eres Tú, Cristo Jesús, reparó el daño que el pecado causó en nosotros. Cuando te vas, a esta hora de tu amarga muerte, es el momento de decirte: gracias por las Bienaventuranzas; gracias por tu sangre derramada; gracias por tu vida dada; gracias por tu justicia, tu paz, tu amor inagotable hacia nosotros.
Es la hora de tu generosidad: la de mostrarnos tu amor hasta el extremo; la hora de dar tu vida.
Es la hora del amor y de la generosidad, porque sólo el amor salva.
Y con el amor la fraternidad, la justicia, la verdad y el servicio se hacen efectivos.
El odio, nos lo dices desde la cruz aunque no hables, el odio, la violencia, la injusticia llevan a la muerte. Nos dices que si alguien quiere amar, que lo haga como Tú nos amaste: sin límites.
Que si alguien comprende lo que estás haciendo, que no se encierre ya en sí mismo sino que abra los brazos para estrechar al hermano.
El camino de la cruz ha llegado a su fin. Todo queda terminado, consumado. Por eso, "reclinando la cabeza, entregó el Espíritu". Ante este Cristo muerto quiero descubrir, vivir, celebrar y experimentar que Dios es amor, y que Él nos amó primero.
Ahora tengo razones para amar, porque he sido testigo de que el amor existe, de que el amor es verdad, de que el amor es Dios que nos ha amado sin excluir a nadie.
Me toca ahora amar a mí dándome, haciéndome pequeño, perdonando, poniendo la otra mejilla, que es lo contrario de pisar, humillar, herir, rechazar.
Porque ya está bien de despilfarrar vida, de echar por tierra tanta capacidad de ilusión y de bien.
Déjame que a tu lado ponga mi cruz, oh Cristo. Deja que mi sangre se mezcle con la tuya. Que nunca desde mi cruz blasfeme, pensando que son estériles el dolor y la muerte que me cosen a ella. Que no malgaste mi dolor y mis horas. Que descubra que tu muerte es mi vida, amén!
Francis Pastor, cmf.
Maria Carolina Chahin
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Radio Maria Joven