Hace un año cuando comencé a visitar nuestra casa en Brooklyn, me había sorprendido el hecho de que constantemente tenían llamadas telefónicas de Divina and Jhon. En octubre de este año, una fría mañana del invierno neoyorkino fuimos con Sr Katie a visitar estos amigos en Staten Island. Nos acompañaba la abuela de Jonathan, doña Virginia y una señora que la cuida. Llegamos a una institución que es a la vez cárcel y hospital psiquiátrico. Un lugar enorme que alberga a cientos de personas.
Jonathan no tuvo la vida fácil, sus padres murieron, nació con Sida, tiene un problema mental y también cargos criminales bastante graves. A esto se le suma un cáncer que le descubrieron recientemente. Nos recibe con la alegría de un niño, abre todos los paquetes que su abuela le trae, y mismo si no es la hora del almuerzo comienza a comer el arroz con chuletas de cerdo que le trajeron. Su abuelita lo mira con cariño, en un momento ella me dice: “ni consigo creer lo que dicen que ha hecho”.
El asistente social que lo acompaña viene para conversar con él y con doña Virginia pues están intentando encontrar un lugar más adaptado para él. Sr Katie sirve de intérprete para doña Virginia que habla muy poco inglés. Jonathan discute, hace bromas, pero se percibe que este cambio le da miedo. Un nuevo lugar, nuevas personas, siendo que aquí todos lo conocen, lo quieren y lo aceptan tal cual es.
Con la hermana los dejamos un rato, solos, y atravesamos dos puertas cerradas con llave para ir a ver a Divina. Ella tiene también problemas mentales y un pasado difícil en la calle. No tiene a nadie en el mundo sino nuestra comunidad Punto Corazón a quien no cesa de llamar para dar noticias, preguntando por unos y otros. En los momentos más duros de su historia, muchas veces vino a golpear la puerta de nuestra casa para pedir refugio. Se percibe que con el tratamiento que toma está más equilibrada. Nos presenta brevemente a los otros pacientes, pues todos dan vuelta alrededor nuestro para mirarnos, intentando de entrar en contacto. Volvemos al pabellón de Jonathan. La despedida con su abuela es muy conmovedora, él la abraza como un niño y esta mujer, que parece tan frágil, se yergue con dignidad para consolarlo. Es como si él se empequeñeciera abandonándose en sus brazos y ella creciera al estar de pie delante de su dolor.
Hace un rato de nuevo escuché el teléfono y el nombre de Divina and Jhon volvió a resonar en la casa. Ya no son dos desconocidos para mí, son dos rostros que llevo en el corazón.
Hna Leticia.