El eje de la vida

viernes, 6 de enero de
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En mi país de origen, Holanda, todavía se pueden ver grandes ruedas de carro, no en los propios carros, sino como decoraciones en las entradas de granjas o en las paredes de los restaurantes.

 

Siempre me han fascinado estas ruedas de carro: con sus anchos bordes, sus fuertes rayos de madera y sus grandes ejes. Estas ruedas me ayudan a comprender la importancia de una vida vivida desde el centro. Cuando me muevo a lo largo del borde, puedo alcanzar un rayo atrás del otro; pero, cuando permanezco en el eje, estoy en contacto con todos los rayos a la vez. Orar es desplazarse hacia el centro de toda vida y de todo amor. Cuanto más me acerco al eje de la vida, más cerca estoy, desde allí, de todo lo que recibe su fuerza y energía. Mi tendencia es a distraerme enormemente por la diversidad de los muchos rayos de la vida y, por lo tanto, permanezco ocupado, pero no verdaderamente dando vida; por todas partes, pero no focalizado. Si dirijo mi atención al corazón de la vida, estaré conectado con su rica variedad mientras permanezco, al mismo tiempo, centrado.

 

¿Qué representa el eje? Yo lo pienso como mi propio corazón, el corazón de Dios, y el corazón del mundo. Cuando hago oración, entro en lo profundo de mi propio corazón y allí encuentro el corazón de Dios, que me habla de amor. Y reconozco, allí mismo, el lugar en donde todos mis hermanos y mis hermanas están en comunión los unos con los otros. La gran paradoja de la vida espiritual es, realmente, que lo más personal es lo más universal, que lo más íntimo es lo más comunitario, y que lo más contemplativo es lo más activo.

 

La rueda del carro muestra que el eje es el centro de toda energía y movimiento, aún cuando , a menudo parece no moverse en absoluto. En Dios, toda acción y todo descanso son una única cosa. ¡Así es también la oración!

 

Fuente: Aquí y ahora- Henri Nouwen

 

 

 

Oleada Joven