Me vivo, a veces, con cierta insatisfacción y nostalgia de una vida más honda y más expuesta. Van pasando los días y el «hoy empiezo…» se va postergando ante los trajines cotidianos …
Aún así, en algún momento del día, siento ese anhelo de volver a la «cueva del corazón», a ese lugar desde el que recibirme y disponerme con benevolencia hacia la vida, hacia cada rostro. Un espacio adentro en el que me experimento receptiva, sin miedo, sin amenazas y donde hay mucho amor.
Necesito despertar esa vida que se esconde detrás de la vida, cultivarla, asentarla en mí. Recuperar ese centro interior desde el que la realidad se ve con otra luz y donde cada día se encuentran motivos para agradecer. Sofía lo llamaba el lugar de la vida interior, y decía que era muy importante para nosotras: descubrirla, sentir que crece, ofrecerla a otros. Esa vida profunda que es nuestro secreto.
La mayoría de las veces me vivo dispersa y siento que así no puedo darme bien, y me pierdo lo mejor: su Bendición a través de todas las cosas. Necesito recuperar silencio, un silencio que no es evasión sino agrupamiento de nosotros mismos al abrigo de Dios. Porque dicen que, así como es el fondo el que da color a todo el estanque, es nuestra hondura la que da color a todo nuestro vivir.
Esta oración que encontré me ayuda y me pone en «ese lugar » :
«Amor que todo lo abraza.
Tú eres el equilibrio de mi vida.
Cuando me incline demasiado hacia el mundo exterior,
atráeme de nuevo al silencio y a la soledad.
Cuando me aferre con demasiada fuerza a mi mundo interior,
impúlsame a compartir lo que tú me has dado.
Muéveme siempre en la dirección del crecimiento».
Joyce Rupp
Autor: Marióla López Villanueva rscj