En el portal Word on Fire un joven abogado de Michigan, EEUU relató su historia contando como fue que gracias a las preguntas que despertó en él leer el libro de J.R.R.Tolkien “El Señor de los Anillos”, pasó de ser ateo a ser católico.
“Crecí en un hogar ateo, confortable, con amor, de científicos profesionales”, explica Fredric Heidemann hijo de ateos. Su padre venía de una familia de origen católico, y la familia de su madre tenía orígenes luteranos. “Desde que recuerdo haber pensado racionalmente, no creía en Dios. Dios era un ser imaginario para el que no había pruebas”.
“En el mejor de los casos, Dios era una fantasía para personas no muy listas, para compensar su ignorancia y hacerles sentir mejor respecto a su mortalidad. En el peor, Dios era un engaño perverso responsable de la mayoría de las atrocidades cometidas por la raza humana”, pensaba en su adolescencia.
“¿Qué me hizo considerar que la existencia de Dios podía tener una posibilidad real? El Señor de los Anillos”, comenta, refiriéndose a la novela de Tolkien de 1954.
“Era un adolescente cuando leí por primera vez los libros de Tolkien, e inmediatamente me capturaron. El mundo de fantasía de la Tierra Media rebosa de vida y profundidad. Las culturas de sus pueblos son orgánicas, enraizadas en la tradición pero manteniendo una energía viva y fresca. Las montañas y los bosques tienen personalidad. La relación entre la gente y la tierra está marcada por la intimidad y el cuidado. Tolkien describe estas cosas con una prosa hermosa que se lee en parte como poesía y en parte como historia medieval. Todo parece ‘profundo’ en El Señor de los Anillos”.
“La hermosa lucha y la gloria del sacrificio de uno mismo que permea El Señor de los Anillos resonó en mi interior y me llenó con una nostalgia que no podía desdeñar con facilidad”, admite Fredric.
“Mis intentos de explicar estos problemas desde mi cosmovisión atea y naturalista se hundieron. La idea de que el ser, la belleza y la moralidad son solo ilusiones que nos impone nuestro hardware biológico, creadas mediante un proceso de selección natural al azar, suena hueca. Si cosas tan fundamentales para la existencia humana como el significado y la moralidad no son más que ilusiones productivas, ¿de qué más tenemos que desconfiar? ¿Los cinco sentidos? ¿Nuestra mente entera?”
“Si nuestro ser no es nada más que una colección de átomos que reaccionan con complejidad enorme en cadenas de causa y efecto que remiten al inicio, entonces flotamos ciegos en el tiempo y el espacio: no hay sentido, razón o propósito. Si es así, mucho de lo que consideramos humano es una broma trágica”, comenta el joven.
Más aún, añade Fredric, “incluso la idea de ‘conseguir un logro’ es una mera ilusión. En este punto, los frutos del ateísmo son inevitables: nihilismo, desesperación e, irónicamente, confusión”, agregó.
Fredric contemplaba la hipótesis “Dios” y sus dificultades. ¿Por qué no hay más evidencias de Dios, si es real? ¿No quiere Dios dirigir con claridad a los hombres hacia la verdad? ¿Por qué hay tantas religiones contradiciéndose unas a otras?
Por otra parte, el ateísmo no conseguía dar respuestas firmes a preguntas morales. ¿Por qué molestarse en ser bueno, cordial, colaborador?
Los ateos que buscan argumentos morales en la evolución dirán que la evolución “premia” a las personas con el “instinto gregario” de ser altruistas, generosos y sociables, mientras que a los inmorales y crueles tiende a irles mal.
Pero a Fredric no le parecía que ese “instinto gregario” fuese realmente lo que los hombres experimentamos como “sentido moral”. Y no explica que existan obligaciones morales genuinas, sólo nos hablaría de preferencias percibidas como morales. No explica la moralidad: explicaría que la moralidad no es más que una impresión, una sensación engañosa.
¿Cómo convencer a un ateo malo de que debería ser un ateo bueno? Por otra parte, los ateos buenos, generosos y altruistas no tienen forma racional de mostrar a los ateos malos, egoístas y dañinos que lo que hacen es “malo”. Fredric habla de los morales y los inmorales. El inmoral puede decir: “Yo he decidido liberarme de la programación biológica que me intenta conducir con una moral que me restringe y que no se basa más que en percepciones”. Y vivir sin esas restricciones: podrá robar, matar, etc…
Los amigos y parientes ateos de Fredric respondían que a la persona inmoral (violenta, estafadora, etc…) le iría mal, no pasaría sus genes a la siguiente generación y ese tipo de persona tendería a desaparecer. Pero Fredric, leyendo historia, veía que la violencia, la avaricia y la opresión son bastante fecundas en un sentido mundano: sale a cuenta ser malo.
Además, incluso si la agresividad, o la mentira, es perjudicial a nivel de especie ¿por qué debe preocuparme la especie? Y decir que “la evolución premia la colaboración” es hablar del pasado: en el presente y el futuro uno podría argumentar que la evolución premiará el egoísmo. ¿Un cambio? Sí, como tantos otros en especies que se adaptan.
“Al final, lo único que un ateo virtuoso puede decir a un ateo inmoral es: ‘estoy en desacuerdo con que tus acciones ayuden a la especie humana al éxito evolutivo’. Este tipo de afirmación, que no pasa de ser una mera opinión, no es lo que queremos decir cuando aseguramos que una acción es inmoral”.
Y, más aún, ¿existe al menos el bien? “Me di cuenta de que desde un punto de vista puramente naturalista, toda la moral es meramente opinión, y todo lo que los morales pueden decir a los inmorales es ‘mi opinión es distinta de la tuya’. No es más útil que discutir sobre si el rojo es mejor que el azul”.
Fredric no duda de la teoría de la evolución aplicada a la evolución del cuerpo humano, ni duda de que hay muchos ateos muy buenas personas, que él conoce. Pero la conclusión lógica que sacó era clara: “O la moralidad es una farsa, todo es azar sin significado, y la mente humana está empantanada en su confusión, o el ateísmo es falso. Escogí la segunda”.
Además, “muchos gozos en este mundo no tienen nada que ver con la reproducción o la autopreservación: el arte, la música, una hermosa puesta de sol… “
“La riqueza de la vida, desplegada poéticamente también en la Tierra Media de Tolkien, me hizo reconocer que el ateísmo, supuestamente racional, no revelaba la verdad de las cosas; al contrario, les quitaba su maravilla y valía intrínseca”, concluyó Fredric.
Abandonado el ateísmo por la vía de razonar sobre lo ético, Fredric se veía dirigido a una opción que creyera en una ética racional y razonable, con una Mente legisladora detrás, que era el cristianismo.
Por otra parte, reconoció que El Señor de los Anillos, con todos sus signos visibles de realidades invisibles, le predispusieron a favor de una espiritualidad sacramental, que encontraría en el catolicismo.
De hecho, Dios mismo es invisible en El Señor de los Anillos: no se le menciona, no se le nombra… Y sin embargo, está ahí. “El ateo que de verdad entiende El Señor de los Anillos tiene más de creyente de lo que se piensa”, asegura Fredric. Esa fue su experiencia.
Fuente: Religión el Libertad