El don de la amistad

martes, 8 de junio de
image_pdfimage_print

En nuestra amistad todo es un regalo.

Allí nada es mucho.

En el verdadero afecto palabras como “poco”,

“mucho”, “bastante” o “suficiente” no existen.
Nunca es bastante.

Todo cuanto hago no lo hago para que me lo
devuelvas sino para que lo recibas.
Al recibirlo me lo vuelves a dar.
Recibo si te doy.
Si me lo dejara para mí me vaciaría.
El don se multiplica si se es generoso con él.
Cada uno da a su manera.
Yo recibo mucho, mucho de vos.

Tal vez sea yo el que tenga que devolverte.
Todo es un don en la vida.
Sos un regalo inmerecido.
Quiero disfrutarlo para hacerte todo el bien que
pueda.

Quiero darte lo mejor de lo que encuentre en mí.
Toda la vida es una continua devolución,
hasta la misma muerte es la devolución final,
la devolución de todo.
La devolución de las devoluciones.
No vale la pena ser mezquino o egoísta.
El tiempo es tan corto.

 

Sos parte del don que tendré que aprender a
devolver un día.
El amor es don y devolución contínua.
La mejor relación es aquella en la que reina la
gratuidad.
La amistad y el amor son gratuidades.
No se compran, no se venden, no se trocan, ni se
cambian.

Sólo son don para compartir.
La gratuidad es lo absolutamente dado sin
merecimiento, ni derecho de nuestra parte.
Sos un don que quiero cuidar sin invadir.
Nadie es un premio para nadie.
Todos somos regalos, don para el otro.
Yo no hice previamente nada para tenerte,
ni siquiera te conocía.

Aparecimos uno para el otro.
Eso es la gratuidad.
Todo dado para ser compartido.
Apareciste para que pudiera dar más el corazón
que sino quedaba asfixiado adentro.
Sólo pido que lo recibas.
Sólo pido que te dejes querer.
Que me dejes entregar.
En la medida en que te das más sinceramente
a vos mismo,
me das todo.

 

No quiero nada excepto un poco más de vos y de
tu intensidad.
Ése si es mi compromiso para con vos:
cultivar el afecto que te tengo y manifestarlo
para hacernos el bien y crecer.

 

Eduardo Casas

 

Padre Eduardo Casas