El 6 de mayo es el día de Domingo Savio, el santo niño que nos enseñó con su corta vida a descubrir que la ALEGRÍA es el camino a Dios.
“El que está consagrado al Señor”, eso significa el nombre del santo que nació en Italia en 1842. Y según muestra su historia, no fue sólo cuestión de nombre, sino de vida. Dominguito, hijo de campesinos, desde pequeño había manifestado sus deseos de ser sacerdote. En 1849, a los 7 años, hizo su primera comunión y fue allí cuando pronunció dos de sus propósitos que serían guías en el camino a su santidad: “Morir, mas no pecar” y “Estar siempre alegres”.
Años después ingresó al Oratorio San Francisco de Sales, de San Juan Bosco. Cuando se encontraron por primera vez, el santito le dijo al padre: “Usted será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos un buen traje de santidad para obsequiárselo a Nuestro Señor”.
Don Bosco quedó, desde entonces, impresionado con el niño por su evidente santidad, su alegría, compañerismo y espiritualidad. También los compañeros se admiraban de verlo siempre tan amable y tan servicial con todos. El repetía: “Nosotros demostramos la santidad estando siempre alegres”.
Alguna de las anécdotas cuentan que poco después de incorporarse al Oratorio, Domingo consiguió impedir que dos chicos se pelearan a pedradas con un gesto muy concreto: les entregó su crucifijo y les dijo: “Antes empezar, miren a Cristo y digan: Jesús, inocente, murió perdonando a sus verdugos y yo, que soy un pecador, voy a ofender a Cristo tratando de vengarme deliberadamente”. Los muchachos quedaron avergonzados ante la enseñanza del pequeño.
La devoción que Domingo tenía hacia el Santísimo era tan grande que se pasaba horas y horas en adoración. Tal es así que, en una ocasión, se desapareció durante toda la mañana hasta después de la comida. Lo encontró Don Bosco, arrebatado en oración. El pequeño había perdido noción del tiempo en lo que él llamaba sus horas de “distracciones”. Esa vez fueron cinco horas de éxtasis: “Siento como si el cielo se abriera sobre mi cabeza”.
Murió poco antes de cumplir los 15 años, por una enfermedad pulmonar. Los médicos y especialistas que San Juan Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: “El alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de irse con Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a Dios”. Cuando agonizaba, súbitamente su rostro se transfiguró en una sonrisa de gozo y exclamó “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
La causa de beatificación de Domingo se introdujo en 1914. Al principio despertó cierta oposición, por razón de la corta edad del santo. Pero el Papa Pío X consideró, por el contrario, que eso constituía un argumento en su favor y su punto de vista se impuso. Sin embargo, la beatificación no se llevó a cabo sino hasta 1950, dieciséis años después de la de Don Bosco.
Domingo Savio vivió sólo catorce años, pero fueron suficientes para comprender que el amor cristiano verdadero está en lo pequeño, en lo cotidiano, acompañado con un espíritu alegre y oración. Su camino a la santidad fue camino de entrega: a Dios, a María, a Don Bosco, a sus compañeros… Fue un sí concreto que lo hizo trascender en la historia y convertirse en modelo de muchos jóvenes hoy, que asumimos la santidad como compromiso y como camino.