Todos tenemos en nuestro interior un niño que nos habla. Es el que nos pregunta las cosas importantes: ¿a qué jugaste hoy?, ¿te reíste?, ¿cómo se llama el chico con el que te cruzaste?, ¿metiste un gol? Es él que con una gran sonrisa nos señala que a nuestro lado hay alguien que quiere escuchar todas estas cosas y que espera ansioso que vaya a contárselas. Un amigo, tu madre, Cristo, María. ¡Por favor no pierdas el contacto con él! Hay quienes se olvidan de esas cosas. Ellos preguntan acerca de política, de economía, pero no saben cómo se llaman las esposas de sus empleados o si el portero de la facultad tiene un hijo enfermo. Hay muchos hombres que no tienen raíces, y tienen miedo de tenerlas… por eso no corren riesgos.
No olvides que la vida está llena de imperfecciones, y qué bueno que sea así. Ten presente que no tienes que luchar contra ti mismo, sino que deberías ser tu mejor amigo. Para eso tienes que conocerte, aprender a valorarte, reconocer tus talentos, aceptar tus debilidades.
Correr riesgos es ponerse un propósito, es enfocar la fuerza de tu anhelo, y creer que es posible. Es jugarse por la alegría. La alegría que sentís cuando caminas descalzo en el césped, cuando te tomas unos buenos mates escuchando música, cuando te felicitan porque hiciste bien tu trabajo, cuando recibes un mail de tu hermana o de un amigo que no ves hace tiempo, cuando escuchas el ruido de vasos al chocar. La alegría que sientes cuando llegas a la noche muerto de sueño a tu cuarto y te das cuenta de que la Virgen te está esperando, y molido te ríes y le dices que el día valió la pena porque no fue como el de ayer.
Porque hoy amaste y te sentiste amado. Porque hoy un abrazo cambió tu ánimo. Porque sufriste, pero fue por un amigo y eso vale la pena.
Hoy corriste el riesgo de ser feliz, creíste en tu camino y en tu vocación. Creíste en ti mismo, porque Dios creyó en ti. Hoy dejaste de lado los fantasmas: aquella chica de aquel verano, a esta otra a la que por miedoso no te declaraste, el haber querido ser administrador, ingeniero, militar o lo que sea. Hoy corriste el riesgo de aceptarte como eres, de ver tu historia con otros ojos. Hoy corriste el riesgo de equivocarte, de perdonarte, de no querer ser perfecto. Corriste el riesgo de animarte a sacar lo que tienes, a cantar en la ducha, a emocionarte viendo fotos.
En definitiva, hoy corriste el riego de alegrarte por lo que tienes y no entristecerte por lo que falta. Corriste el riesgo de no dudar ti mismo. Corriste el riesgo de ver al otro como un hermano y no como un ser extraño, y vaya que vale la pena hacerlo.
Fuente: Corriendo riesgos
Autor: P. Tommy Dell´Oca