La cuaresma es un tiempo de hacer espacio, sin espacio no podemos dejar que se nos vaya ordenando la vida, ni ofrecer un lugar para los otros. Es un tiempo para ajustar la vida bajo la mirada de Dios. Vivimos como mucha gente una vida de fragmentación que nos da malestar.
Poner orden requiere hacer espacio y soltar, abrirnos a aquello que aún desconocemos. Detenernos, hacer silencio, nos ayuda a sondear el espacio del corazón, a buscar ese centro interior desde el que todo se ordena, donde la realidad se pacifica. Decía Etty Hillesum: «La fuerza viene de dentro, de un pequeño y cerrado centro al que me retiro a veces, cuando el mundo exterior me resulta excesivamente ruidoso…No es tan sencilla esta media hora de silencio, necesita un aprendizaje: desalojar nuestros ruidos, incluso nuestras emociones y pensamientos edificantes y convertir lo más íntimo de nuestro ser en una vasta llanura vacía en la que ni el más leve rastro de maleza impida entrar en nosotras algo de Dios y algo también de amor».
Lo que ponemos interiormente en orden, también lo hacemos exteriormente. El amor es espacioso, el amor dice: «es maravilloso que existas». La rivalidad dice: «No, competimos por un espacio, tu existencia amenaza la mía». Tal vez el mayor desafío para cualquier forma de amor consiste en poder decir al otro: «Crezco a tu lado. Tú me das el espacio que necesito para ser yo mismo».
«Por encima de todas las cosas cuida tu corazón porque de él mana la vida».
Prov 4, 23