En el desierto los pozos son lugares de encuentro. El desierto hace que los hombres se encuentren cada tarde. Es esa la magia del desierto que mantiene en marcha las caravanas sedientas: el hecho de que el desierto, en cualquier lugar puede regalar un encuentro.
Los pozos son hijos del desierto. Son los ojos del desierto; son ojos de agua, a través de los cuales el desierto se comunica con los hombres y hace que los hombres se comuniquen entre sí. Al que llega agotado por la travesía, el pozo le ofrece sólo eso poco que tiene; ese poco de agua acumulada lentamente en sus largas horas de espera silenciosa en la fidelidad a sus propios arenales. Y, sin embargo, ese hombre que se moría en su propia sed sabe que desde aquel día, debe al pozo su vida. El pozo le ha regalado el resto de su vida. Al brindar ese poco de agua que es toda su riqueza, el pozo del desierto, el pozo amigo, ha liberado en el hombre sediento y agotado, toda su capacidad de vivir y seguir. Porque el pozo del desierto no ata. Como no tiene para ofrecer más que su poco de agua, una vez que la ha brindado, pone a las caravanas nuevamente en ruta. Las devuelve al camino y a las estrellas. Y allí queda: fiel a su desierto, reflejando quizás en el fndo de sus aguas quietas una estrella; la más alta, la que obliga a mirar hacia arriba.
Mamerto Menapace