Evangelio según San Juan 4,43-54

domingo, 26 de marzo de
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Jesús partió hacia Galilea. El mismo había declarado que un profeta no goza de prestigio en su propio pueblo. Pero cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la Pascua; ellos también, en efecto, habían ido a la fiesta.

 

Y fue otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía su hijo enfermo en Cafarnaún. Cuando supo que Jesús había llegado de Judea y se encontraba en Galilea, fue a verlo y le suplicó que bajara a curar a su hijo moribundo. Jesús le dijo: “Si no ven signos y prodigios, ustedes no creen”.

 

El funcionario le respondió: “Señor, baja antes que mi hijo se muera”. “Vuelve a tu casa, tu hijo vive”, le dijo Jesús. El hombre creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Mientras descendía, le salieron al encuentro sus servidores y leanunciaron que su hijo vivía. El les preguntó a qué hora se había sentido mejor. “Ayer, a la una de la tarde, se le fue la fiebre”, le respondieron.

 

El padre recordó que era la misma hora en que Jesús le había dicho: “Tu hijo vive”. Y entonces creyó él y toda su familia. Este fue el segundo signo que hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.

 

Palabra de Dios

 

 

 

 

 


 P. Javier Verdenelli sacerdote de la Arquidiócesis de Córdoba

 

 

 

 

 

Jesús salió de Galilea y pasó por la región de Judea, hasta Jerusalén en ocasión de la fiesta (Jn 4,45) y luego, por Samaría, volvió a Galilea (Jn 4,3-4). Los judíos observantes tenían prohibido pasar por Samaría, y no tenían costumbre de conversar con los samaritanos (Jn 4,9). A Jesús no le importan estas normas que impiden la amistad y el diálogo. Se queda diversos días en Samaría y mucha gente se convierte (Jn 4,40). Después de esto determina volver a Galilea.

Poco antes, en Samaría, Jesús había conversado con una samaritana, a quien Jesús revela su condición de mesías (Jn 4,26). Y ahora, en Galilea, recibe a un pagano, funcionario del Rey, quien buscaba ayuda para su hijo enfermo. Jesús no se encierra en su raza, ni en su religión, sino que acoge a todos.

El funcionario quería que Jesús fuera con él hasta la casa para curar al hijo. Jesús contesta: «Si no ven signos y prodigios, ustedes no creen». Respuesta dura y extraña. El funcionario del rey creería sólo si Jesús fuera con él, a su casa. Él quiere ver a Jesús que cura. En el fondo, es la actitud normal de todos nosotros. No nos damos cuenta de que nos falta fe.

El funcionario vuelve a pedir de nuevo y Jesús repite la respuesta. El hombre no se rinde y repite lo mismo. «Señor, baja antes que mi hijo se muera». Jesús sigue firme en su propósito y responde «Vuelve a tu casa, tu hijo vive». Tanto en la primera como en la segunda respuesta, Jesús pide fe, mucha fe. Es posible que el funcionario crea que su hijo está curado ya. ¡Y el verdadero milagro se cumple! Sin ver ninguna señal, sin ver ningún prodigio, el hombre cree en la palabra de Jesús y vuelve a casa. No debe haber sido fácil. Este es el verdadero milagro de la fe: creer sin otra garantía que no sea la Palabra de Jesús.

Cuando el hombre se iba hacia su casa, los empleados fueron a su encuentro para decirle que el hijo estaba curado. El pregunta la hora y descubre que aconteció exactamente en la hora en que Jesús había dicho: “Tu hijo vive.” Así tuvo la confirmación de su fe.

Juan termina diciendo: “Este fue el segundo signo que hizo Jesús”. Juan prefiere hablar de signo y no de milagro. La palabra señal evoca algo que yo veo con mis ojos, pero cuyo sentido profundo me lo hace descubrir sólo la fe.

 

PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL

• ¿Cómo vivís tu fe? ¿Confías en la palabra de Jesús o solamente crees en los milagros y en las experiencias sensibles?

• Jesús acoge a todos. ¿Cómo me relaciono con las personas?

 

Oleada Joven