Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, que era uno de los notables entre los judíos. Fue de noche a ver a Jesús y le dijo: “Maestro, sabemos que tú has venido de parte de Dios para enseñar, porque nadie puede realizar los signos que tú haces, si Dios no está con él”. Jesús le respondió: “Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios. “
Nicodemo le preguntó: “¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?”.Jesús le respondió: “Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios.Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu.
No te extrañes de que te haya dicho: ‘Ustedes tienen que renacer de lo alto’.El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu”.
Palabra de Dios
P. Javier Verdenelli sacerdote de la Arquidiócesis de Córdoba
Poco antes del encuentro de Jesús con Nicodemo, el evangelista hablaba de la fe imperfecta de ciertas personas que se interesan sólo en los milagros de Jesús (Jn 2,23-25). Nicodemo era una de estas personas y opina sobre Jesús desde los argumentos que él lleva dentro de sí. Esto es un paso importante, pero no basta para conocer a Jesús. Las señales que Él hace pueden despertar a la persona e interesarle. Pueden engendrar curiosidad, pero no engendran la entrega, en la fe. No hacen ver el Reino de Dios presente en Jesús.
Por esto es necesario dar un paso más. ¿Cuál es este paso? Tendrá que nacer de nuevo, de lo alto. Aquel que trata de comprender a Jesús sólo a partir de sus propios argumentos, no consigue entenderlo. Jesús es más grande. Si Nicodemo se queda sólo con el catecismo del pasado en la mano, no va a poder entender a Jesús. Tendrá que abrir del todo su mano. Tendrá que dejar de lado sus propias certezas y seguridades y entregarse totalmente. Tendrá que escoger entre guardar la seguridad que le viene de la religión organizada con sus leyes y tradiciones, o lanzarse a la aventura del Espíritu que Jesús le propone.
A través de la conversación de Jesús con Nicodemo, el evangelista nos convida a hacer una revisión de nuestro propio bautismo.
El Espíritu de Dios tiene un rumbo, un proyecto, que ya se manifestaba en la creación bajo la forma de una paloma que aleteaba sobre el caos (Gn 1,2). Año tras año, él renueva la faz de la tierra y coloca en movimiento la naturaleza a través de la secuencia de las estaciones (Sl 104,30; 147,18). Este mismo Espíritu está presente en la historia.
A través de su pasión, muerte y resurrección, Jesús conquistó el don del Espíritu para nosotros. A través del bautismo todos nosotros recibimos este mismo Espíritu de Jesús (Jn 1,33). El Espíritu se nos da para que podamos recordar y entender el significado pleno de las palabras de Jesús (Jn 14,26; 16,12-13). Animados por el Espíritu de Jesús, podemos adorar a Dios en cualquier lugar (Jn 4,23-24). Aquí se realiza la libertad del Espíritu del que nos habla San Pablo: “Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2Cor 3,17).
Para la reflexión personal
• ¿Cómo reaccionás ante las novedades que se presentan? ¿Cómo Nicodemo acepta la sorpresa de Dios?
• Jesús compara la acción del Espíritu Santo con el viento (Jn 3,8). ¿Que nos revela esta comparación sobre la acción del Espíritu de Dios en nuestras vidas? ¿Has pasado por alguna experiencia que te dio la sensación de nacer de nuevo?