Que mi vida sea un acto de amor

martes, 30 de mayo de
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Querido Hermanito, debo confesarle que en su carta hay algo que me ha apenado, y es que usted no me conoce como soy en realidad.

 

Es cierto que, para encontrar almas grandes, hay que venir al Carmelo: al igual que en las selvas vírgenes, germinan en él flores de un aroma y de un brillo desconocidos para el mundo.

Jesús, en su misericordia, ha querido que, entre esas flores, crezcan otras más pequeñas.

 

Nunca podré agradecérselo bastante, pues, gracias a esa condescendencia, yo, pobre flor sin brillo alguno, me encuentro en el mismo jardín que esas rosas, mis hermanas.

 

Por favor, hermano mío, créame: Dios no le ha dado por hermana a un alma grande, sino a una muy pequeñita e imperfecta.

 

No crea que sea humildad lo que me impide reconocer los dones de Dios; yo sé que él ha hecho en mí grandes cosas, y así lo canto, feliz, todos los días.

 

Recuerdo con frecuencia que aquel a quien más se le ha perdonado debe amar más; por eso procuro que mi vida sea un acto de amor, y no me preocupo en absoluto por ser un
alma pequeña, al contrario, me alegro de serlo.

 

Y ése es el motivo por el que me atrevo a esperar que «mi destierro será breve». Pero no es porque esté preparada, creo que nunca lo estaré si el Señor no se digna, él mismo, transformarme.

 

Él puede hacerlo en un instante, y después de todas las gracias de que me ha colmado, espero también ésta de su misericordia infinita.

 

 

Santa Teresita del niño Jesús-Carta n°224 al Ábate Belliere

 

Mili Ortiz