Si miramos al Jesús que Ignacio nos presenta en la meditación del Reino vemos a un Jesús lleno de esperanza, un Jesús joven que viene a llamar discípulos y compañeros para la misión de evangelizar a todos los pueblos. Es un Jesús que quiere entrar con todos los hombres en la Gloria del Padre. Con todos: no quiere que se pierda ninguno; no quiere excluidos ni descartados…, ni enemigos en lo que a Él respecta.
Y la vocación o llamado es a cada uno en particular. Jesús invita a “quien quisiere” ir con Él compartirlo todo: “ha de trabajar conmigo, para que, siguiéndome en la pena, también me siga en la gloria” (EE 95). Antes, en la figura del rey temporal, Ignacio había especificado más lo que implica ir por la vida en compañía de Jesús: “quien quisiere venir conmigo estará contento de comer como yo, y así de beber y vestir (como yo) etc.; asimismo tendrá que trabajar conmigo en el día y vigilar en la noche, etc.” (EE 93). En los “etc.” que pone Ignacio entra todo lo que se puede compartir en una amistad vivida en medio de una gran misión.
La esperanza de la Gloria futura atrae y es la meta; los trabajos y las penas son parte inevitable de la lucha, pero la Gloria y la Cruz se hacen a nuestra medida humana en el amor de amistad real que día a día es posible vivir con ese Jesús que alegra el corazón y le da fortaleza y ánimo. Cuando se trabaja y se lucha codo a codo entre amigos uno pone toda la persona y un poquito más. Si se compite en algo es en quién da más de sí y no en quién se lleva los aplausos.
Así, en la meditación del Reino vemos cómo la Esperanza grande de entrar con todos en la Gloria del Padre se concreta en el “Conmigo” al que nos invita Jesús. Ese “Conmigo” es un lugar especial. Digo lugar porque al estar con otro se crea un espacio, un ámbito, en medio del cual las cosas y lo que se realiza tiene otro sentido. El papa Benedicto en “Spes salvi” decía que la esperanza “atrae el futuro dentro del presente”. Eso es lo que hace “estar con Jesús” en el lugar de servicio al que llama e invita a cada uno de manera personal y única.
Este “conmigo”, este “con” Jesús es el lugar teológico que cada uno debe buscar y discernir cuál es, dónde se encuentra. Y, una vez encontrado, si uno lo elige como “su lugar en el mundo”, se convierte en puerta y camino, en verdad y vida. Desde allí toda la vida adquiere sentido: allí uno habita como en su tierra prometida; de allí puede “salir y entrar”, como las ovejas por la Puerta que es Jesús, para ir a misionar y regresar a adorar y a compartir la Eucaristía con sus hermanos; en ese lugar uno puede “estar con Jesús”, ver a Dios en todas las cosas y planear el “modo” de obrar y el ritmo con el cual caminar en la misión.
Que el Señor nos permita estar “con Él” es una gran gracia. Sabemos dónde está Él, sabemos cuáles son sus criterios cuando se trata de elegir a dónde ir.
Él está donde “dos o tres se reúnen en su nombre”.
Él está donde dos o tres han encontrado su lugar para adorar y alabar y pensar la misión.
Él está siempre de camino, saliendo a buscar a la ovejita perdida o acompañando a un herido que encontró por el camino y que llevó a la hospedería.
Él está donde alguno quiere escuchar el evangelio que Jesús nos predica como a su Madre, a sus hermanas y hermanos.
Él está donde hay alguno que sufre y necesita sanación.
Él está sembrando en todos los terrenos y cuidando que el trigo de fruto, sin preocuparse por la cizaña.
Él está donde hay fiesta de bodas, lavando pies, convirtiendo el agua en vino, partiendo el pan.
Él está en la vida oculta donde su pueblo habita, como habitó Él en Nazaret,
Él está en las barcas donde su pueblo trabaja, como estuvo con sus discípulos en el lago de Galilea.
Él está en todos los amaneceres en que su pueblo se levanta y reza, tomando unos mates, antes de salir a trabajar, como estuvo en el Tabor, cuando se transfiguró ante sus tres amigos.
Él está en todas las cruces donde su pueblo está crucificado, dejándose ayudar, como se dejó ayudar por el Cireneo, y ayudando a otros, como ayudó al buen ladrón y confortó a su Madre y a su amigo.
Él está en todos los cielos abiertos bajo los cuales su pueblo peregrina hacia los santuarios, como estuvo en el monte antes de peregrinar al Cielo.
Él está en todos los cenáculos donde la gente de su pueblo se reúne a adorar al Padre en espíritu y en verdad.
Él está, prometió que estaría todos los días con nosotros hasta el fin del mundo.
Padre Diego Fares sj en Blog