“Hiciste brotar manantiales y torrentes, secaste los ríos caudalosos; tuyo es el día, tuya también la noche, tú afirmaste la luna y el sol; fijaste las fronteras de la tierra, formaste el verano y el invierno“
Sal 71, 15-17
Pensa esas veces en las que estando en un lugar cerrado, de manera tímida a la vez que contundente, percibiste que un rayo de Sol se colaba por algún recoveco de la ventana. El sol tenía tantas paredes para detenerse pero ellas no eran más fuerte que su misión de dar calor e iluminar. Y te moviste hacia él, reconociste la fuente de calor.
Tal vez en alguna parte de vos hace tiempo es invierno y las inseguridades han hecho las noches más largas, enfriando el fuego que ante impulsaba tus pasos.
Si es invierno, es tiempo de moverse hacia el calor de hogar y Su luz y vivirlo, en toda su amplitud. No escapando de él, sino aceptando la invitación que nos trae de dejarse abrazar en las soledades vacías, de resignificar escenas, de reconciliarse en los errores, de recoger todas las lágrimas que en Fe, regarán las alegrías que vendrán.
Aunque cueste creerlo, está repleto de contenido vital para nuestros días. Si Dios lo permite es porque Él nos acompaña y convoca a la plenitud. Después de todo, la Primavera es el cumplimiento de la Promesa de inviernos bienaventurados.
Asoma por un extremo del cielo, y su órbita llega al otro extremo: nada se libra de su calor. Sal 18, 7
Asoma por un extremo del cielo, y su órbita llega al otro extremo: nada se libra de su calor.
Sal 18, 7