Pensé venir a verte y no tenía
lo que se dice, nada que contarte.
Y me dije: “Mejor,
iré a contar los flecos de su manto,
sus joyas y sus ángeles”.
Y vine a arrodillarme ante tu Cuadro
solo para mirarte,
para estar a tu lado hasta cansarme,
para mirarte así como te miro:
bien abiertos los ojos como un niño
y embobarme.
Y aunque no venga a hablar, no creas que traigo
mis manos solamente llenas de aire,
te he traído el tesoro
divino del silencio, mina de oro
del lenguaje.
José Campos Rodríguez