Paula desde la India, nos comparte algunos de los rostros de su misión.
Desde que llegué a la India he pasado gran parte del tiempo en el Jardín y cada vez que regreso a casa tengo tantos motivos para dar gracias a Dios por todo lo vivido allí, es una escuela de compasión. La presencia de Delip, un hombre con discapacidad que pasa todo el día acostado en el comedor, sin poder moverse ni hablar, es una gracia para nosotros. En su mirada encuentro a Dios, cada vez que le doy de comer o lo cambio de posición sobre su cama, recuerdo las palabras: “a mí me lo hiciste” (Mt. 25, 40).
Y cada vez que veo a los demás haciendo lo mismo (porque todos están atentos a sus necesidades, no solamente los voluntarios, sino también las otras personas que son acogidas en el Jardín), recuerdo las palabras de una gran amiga: “Cuánto ama Dios a Delip, que le puso a su alrededor toda esta gente que lo cuida con amor”. Y, aunque muchas veces regreso cansada porque siempre hay trabajo para hacer, mi corazón va descubriendo la verdadera alegría del servicio. Son los pobres los que sirven a los pobres y, con su ejemplo, me enseñan, sin necesidad de palabras.
Paula L.