Jesús dijo a sus apóstoles:
“No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada. Porque he venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera con su suegra; y así, el hombre tendrá como enemigos a los de su propia casa.
El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará.
El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a aquel que me envió. El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá la recompensa de un justo.
Les aseguro que cualquiera que dé de beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa”.
Cuando Jesús terminó de dar estas instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí, para enseñar y predicar en las ciudades de la región.
Palabra de Dios
P. Javier Verdenelli sacerdote de la Arquidiócesis de Córdoba
El evangelio de hoy presenta la parte final del sermón de la misión, como podríamos llamarlo, donde Jesús plantea algunas exigencias a quienes lo siguen y que luego serán enviados.
En primer lugar llama a tomar la cruz y seguir a Jesús: “Quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí” dice el texto. Para percibir todo su alcance recordemos el testimonio de San Pablo: “Yo sólo me gloriaré en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, como yo lo estoy para el mundo” (Gal 6, 14). Cargar la cruz entonces supone, hasta hoy, la ruptura radical con lo que el mundo nos promete y propone como felicidad sin sufrimiento, autenticidad sin ir de frente o ganarlo todo dejando en ridículo y exponiendo a los demás.
Por eso el segundo llamado de Jesús es a dar la vida y dice: “El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará”. Sólo se siente realizado en la vida aquel que fue y es capaz de darse enteramente a los demás y por el contrario pierde la vida aquel que quiere conservarla sólo para sí. Este segundo consejo es la confirmación de la experiencia humana más profunda: la fuente de vida está en el don de la propia vida. Dando se recibe. O como dice el evangelio de San Juan “si el grano de trigo no muere, no da fruto” (Jn 12, 24).
En el don total de sí el discípulo se identifica con Jesús; allí se realiza su encuentro con Dios, y allí Dios se deja encontrar por aquel que le busca.
El discípulo no es reconocido por ninguna calidad o misión especial, sino sencillamente por su condición social de gente pequeña. El Reino no está hecho de cosas grandes. Es como un edificio muy grande que se construye con ladrillos pequeños. Quien desprecia al ladrillo, nunca tendrá el edificio. Por eso hasta un vaso de agua sirve de ladrillo para la construcción del reino.
Para la reflexión personal
Perder la vida para poder ganarla. ¿Has tenido alguna experiencia de sentirte recompensado por una entrega gratuita a los demás?.
¿Estás dispuesto a morir en el silencio de la tierra como el grano de trigo?