¡Una presencia que ama!

miércoles, 19 de julio de
image_pdfimage_print

Charo misionera argentina, nos escribe desde el Punto Corazón de San Salvador:

 

En el Punto Corazón llevamos una vida de oración bastante importante. Al principio pensé que me iba a costar rezar tanto y ahora espero con ansias esos momentos. Sobre todo el momento de adorar, de estar cara a cara con Jesús. Tener a Jesús Sacramentado en la Capilla de nuestra casa no se compara con nada.

Nosotros venimos a ser una presencia, a estar como María al pie de la Cruz de las personas. Pero nunca podríamos sin Él, que es La Presencia. Él que murió por mí y me amó primero.

Todas las mañanas frente a Jesús me descubro incapaz de amar de verdad. Mi amor es tan imperfecto. Me siento tan pequeña y débil. No puedo más que abandonar mi vida en sus manos. Yo no puedo nada sin su ayuda y auxilio. Me descubro solo un instrumento suyo y eso me maravilla y me da una paz inexplicable. Si todo está en sus manos ¿Qué puede salir mal?

 

Quiero contarles que a simple vista no hacemos nada extraordinario. Nuestra vida es muy sencilla y corriente. Sin embargo, nuestros amigos siempre nos hacen saber la importancia del Punto Corazón en sus vidas. Nuestras actividades consisten en visitar a las personas, escucharlas, acompañarlas al médico, jugar con los niños, rezar por ellos, celebrar cumpleaños. Decirlo así suena tan sencillo, sin embargo cada visita es importante para nuestros amigos. Siempre nos están esperando y nos agradecen con abrazos y a veces con lágrimas el momento que estamos con ellos.

 

Voy a contarles sobre una persona y un hecho que me marcó mucho y fue gracias a una licuadora (en serio). Rosita es una amiga muy cercana al Punto Corazón. Es muy trabajadora y lleva una vida muy dura como todas las personas de esta colonia. Se levanta todos los días a las cuatro de la mañana para ir a trabajar y llevar a su sobrino a la escuela, vuelve tarde a ayudarlo con las tareas y al otro día lo mismo. Su vida ahora se centra en cuidar de su mamá y de su sobrino.

Un día fuimos a almorzar a su casa y preparando un licuado le contamos que la nuestra se había roto y que la extrañábamos porque nos era muy útil.

Unos días después nos llama para decirnos que ya había encargado una licuadora para regalarnos, que solo había que buscarla. No lo podíamos creer, ella ahorró un año entero con mucho sacrificio para poder comprar la suya y no dudó ni un poco en gastar sus ahorros para comprarnos la nuestra y lo hizo con mucha alegría.

Cuando le agradecí y le dije que Dios le iba a devolver el doble de lo que ella da, me respondió: “Ya me lo devolvió hace tiempo y me lo sigue devolviendo con la presencia de ustedes acá. Hace tantos años que los tengo a todos”. No pude responder con palabras, solo con lágrimas de alegría.

 

Charo C.

 

Puntos Corazón