Catalina y Brochero: amistad y santidad

jueves, 20 de julio de

En las vidas de Catalina de María Rodríguez, pronta a ser beata, y San José Gabriel Brochero las cosas pintaban tomar caminos muy distintos. Diferentes condiciones sociales, caminos de vida y formación indicaba que estas dos personas probablemente no tendrían un camino en común.  Entonces, ¿cómo llegaron a tener una gran amistad? Su pasión por el Sagrado Corazón de Jesús y por la Humanidad los llevó a unir sus locuras y, entre compartir charlas, ejercicios espirituales y la Eucaristía, soñaron con crean un espacio que ayude a dignificar a la mujer, que era la cara postergada de Córdoba del siglo XIX.

 

Te invitamos a ver el video en el que la hermana Silvia Somaré, religiosa de las Esclavas del Corazón de Jesús y autora del libro “La Mujer según San Brochero”, nos invita a seguir los pasos de estos dos santos que unieron sus fuerzas y sus anhelos para ayudar a construir el Reino de Dios. 

 

 

 

Catalina, que provenía de una familia prestigiosa e involucrada en la política, se casó con un militar y participó de la vida social de la época, a pesar de su deseo de llevar una vida religiosa, y Brochero, nacido en el campo, de padres analfabetos, formado en la universidad y siguiendo vocación sacerdotal a una edad muy joven, se conocieron en 1862 cuando el cura fue a hacer los Ejercicios Espirituales de San Ignacio en la Casa donde ella ayudaba.

 

Años después de enviudar y decidida a perseguir su “sueño dorado”, Catalina fundó la congregación de las Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús, primera de mujeres con espiritualidad ignaciana y carisma apostólico. En Catalina y Brochero, sus caracteres transgresores pero rectos, su nobleza de corazón y la centralidad de Jesús en su vínculo por encima de sus diferencias fue la clave para que su sueño se volviera una realidad. En 1880, las Esclavas cruzaron las Sierras Grandes de Córdoba, a caballo y en condiciones muy adversas, para sostener la obra del Colegio de Niñas y la Casa de Ejercicios que Brochero había iniciado un par de años antes.

 

En las Memorias del instituto, Catalina retrató a Brochero diciendo que “es un sacerdote humilde, trabajador, de heroica abnegación y que se arremanga a la par de sus paisano quienes imitan su celo por el trabajo”. Y Brochero no se queda atrás en las palabras de aliento, declarando en una carta enviada a la religiosa: “Haré siempre lo que pueda por la Congregación de su Instituto…no olvide que yo quiero mucho a sus Esclavas…y a usted la aprecio mucho”.

 

La amistad de Catalina y Brochero, transgresora para la época, motivadora y santa sirve para testimonio de que Jesús nos sueña en comunidad y de que la santidad no se alcanza solos, sino compartiendo sueños y locuras de amor con nuestros hermanos.

 

Vicky Carreño