Abuelinda

miércoles, 26 de julio de
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En estos días me estuve acordando aquella vez que tuve la genial idea de pedirle a mi abuela Sara que me enseñara a hacer los pancitos que ella sabía y que acompañaban muy bien cualquier mate. Justo ese día le faltaban algunos ingredientes, así que improvisó un poco. Justo ese día yo no agarre lápiz ni papel. Sólo miré y ayudé.

Le debería haber pedido en otra ocasión que me vuelva a enseñar, y que me enseñe a hacer su “locro liviano”, y las empanadas…

 Una vez que se van al cielo los abuelos… nos damos cuenta cuánto más podríamos haber compartido.

Ojalá me acordara esa pseudo receta. Ojalá.

 

Pero de mi abuela Sara si aprendí otras cosas, que no necesitaban que las escriba. Esta señora era un poco malhumorada a veces, o se bajoneaba, pero cuando fui un poco más grande lo entendí… diez años luchó contra un cáncer. La abuela Sara, con todo, se la bancaba y estaba ahí para nosotros. La abuela Sara, con todo, nos hacía los pancitos… la abuela Sara, con todo, trataba de entender cómo pepinillos se usaba un celular, y cómo se escuchaba música en youtube… la abuela Sara, con todo, hacía las compras, limpiaba, nos regalaba caramelitos. La abuela Sara con todo, nos regalaba un par de medias en  los cumpleaños y un “vueltito” de dinero, aunque no tenía jubilación… ese regalo era el más grande de todos. La abuela sara, con todo, me cebaba un par de mates – sólo unos cuantos porque ella no tomaba tantos-.

 

La abuela Sara, con todo, se la bancaba.

 

Una vez, debo haber tenido once años, me había escondido en su habitación. Lo hice muy bien, porque no notó mi presencia. La abuela Sara, con todo, lloró. A escondidas. Y yo aun no sabía que ella estaba enferma, ojalá nunca haya contribuido a esas lágrimas.

 

La abuela era de hierro, pero a escondidas aflojaba un poco.

 

Se quejaba por muchas cosas, pero así y todo vivía…!

 

Cuándo me enteré, con el corazón hecho pedazos, comencé a compartir aun más. Entre pasar las siestas una en cada habitación… me iba  a ver la novela que ella veía, junto a ella. Había un programa que le encantaba, a mi no, pero la acompañaba.

 

Me gustaba porque cuando escribía en su celular me preguntaba cómo se escribía cierta palabra, no había terminado el primario y su ortografía no era muy buena, pero la abuela, con todo, quería aprender.

 

La abuela, con todo, me venía a mimar si yo había discutido con mamá. La abuela, con todo, estaba.

A la abuela Sara no le gustaban mucho las visitas, pero me dejó tantas veces traer mis amigas a casa.

No le gustaba los perros que le trajimos a casa, pero la vi acariciarlos muuuchas veces. La abuela aflojaba a la ternura.

 

Hubo tardes en que se ponía a dibujar conmigo. No era su talento, como no es el mío, pero lo hacíamos juntas.

A la abuela Sara le gustaba que le digan “Abu”, pero yo le decía “Abuelinda”. La abuela Sara, con todo, era la más linda. 

A la abuela Sara la quimio le hizo caer el pelo, yo la  vi sacudiendo su almohada… La abuela Sara, con todo, luchaba…

 

En su último día de la madre le cociné, casi no comía ya, pero comió un poquito. 

 

En sus últimos años quedaba internada en un sanatorio cada tres meses. En sus últimos años, cada tres meses pensé que se me iba. Era una búsqueda constante de dadores de sangre O rh -…

Yo era la primera en ofrecerme a ir a cuidarla. La abuela Sara, era fuerte.

 

La última vez, pensé que iba  a ser una de tantas en que salía… pero la abuela Sara tenía que descansar ya. En terapia ya no me podía quedar a cuidarla, pero gracias a Dios un día pedí permiso para irme de una clase y llegar a verla, llegué el último minuto del horario de visita… esa fue la última vez que me hablaría. A la otra noche fui y ya no respondía nada, solo miraba y lloraba. Le pude decir que la quería, y que mis amigas le mandaban saludos, y que me acordaba esa vez que hicimos pan… No le dije nada más, quería que se vaya tranquila.

 

Hace unos meses entre sus cosas encontré una cartita de cumpleaños que le había regalado. La abuela Sara, con todo, era genial.

 

La abuela Sara hace casi tres años se fue con Dios, la última abuelita que me quedaba aquí.

Un día como hoy me acuerdo de ella, y un día como hoy quiero decirte que si tenes abuelos… los abraces bien fuerte porque en esta tierra nadie está por siempre, pero sí que dejan huella algunos pasos. Preguntales cómo cocina tal cosa, enseñales con paciencia cómo usar tal otra, no te quejes si te mandan  a hacer las compras, y deciles cada día cuánto los queres. No pierdas cada oportunidad.

 

En este día rezo por su descanso y el de tantos abuelitos y también pido por ellos que siguen aquí y no reciben el amor que se merecen.

¡Los abuelos son tesoros taaan grandes! Gracias Señor por nuestros abuelos

 

 

 

 

Mariana Arias Herrera