Conviene huir de una imagen demasiado pasiva de las existencias. Como que Dios fuese el que maneja los hilos y nosotros sólo marionetas que tenemos que dejarnos mover, A veces resulta excesivo pensar que Dios «quiere» que hagamos tal o cual cosa: ¿Me compro esto o no me lo compro? ¿Hago este viaje o no lo hago? ¿Leo este libro o este otro? Dios quiere que vivamos conforme al evangelio. De esto se trata.
En realidad la voluntad de Dios no anula nuestra voluntad, ni nuestra libertad, sino que pasa por ellas. Lo que Dios quiere y sueña, para la vida de cada ser humano, es la capacidad de vivir con dignidad y -supuesta la dignidad de las situaciones humanas-abiertos a una trascendencia que nos devuelve al mundo para vivir en él construyendo el Reino; de acuerdo con la lógica de un amor que se refleja en Jesús de una forma definitiva: el amor pascual.
Cada uno de nosotros, en función de nuestra vida, educación, carácter, historia y circunstancias, lo vamos concretando, descubriendo cuál es la opción en la que más en plenitud podemos vivir esa vocación común. Dejándonos guiar también por lo que el Espíritu de Dios suscita en nosotros.
En nuestras opciones, nuestra familia, nuestros trabajos, la manera en que elegimos vivir (sí, también se trata de elecciones personales), buscamos esa voluntad de Dios. Pero una voluntad que pasa también por nuestra propia voluntad, seducida por el evangelio, y nuestra libertad. De esto se trata en definitiva. ¿Hay una vocación para mí? Sí. Esa vocación común de la humanidad querida y creada por Dios; y una concreción particular, exclusiva, mía; que tiene mucho que ver con mi manera única y definitiva de ser, de amar, de sentir, de vibrar y de luchar, en el contexto y tiempo en que me ha tocado vivir. ¿Cómo encontrarla? Ahí es donde intervienen nuestra capacidad de arriesgar y de buscar, nuestra disposición a escuchar (fuera y dentro de uno) tratando de ver cómo resuenan ciertas cosas, qué sentimientos y pensamientos despiertan, cómo, en el fondo, determinados pasos te ponen en un camino y en ese camino creces y cambia el mundo contigo. Para mejor.
Y ahí tenemos a Iñigo. Buscando esa voluntad. Tratando de decidir, una y otra vez. Preguntándose, adonde le está conduciendo Dios, qué nombres, qué rostros, qué historias le esperan. Moviéndose entre la intuición y la fe, entre la búsqueda y el deseo, entre la esperanza y la respuesta.
Jose María R.Olaizola, sj