Eso poquito que solo yo puedo

martes, 29 de agosto de
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Quisiera seguir hablando, sobre todo, de la «pequeña esperanza». Siempre he temido que el mayor enemigo de la esperanza fuera precisamente la ilusión y la ingenuidad. Y que en ningún caso como en éste se hiciera verdadera la afirmación de que «lo mejor es enemigo de lo bueno». 

 

Porque muchos abandonan su lucha por la esperanza simplemente porque no pueden lograrla al ciento por ciento. La seguirían, en cambio, si aceptasen humildemente construir cada día una chispita de esperanza, un uno por ciento o un medio por ciento de mejoría de la realidad. 

 

Hace tiempo que yo convertí en uno de los lemas de mi vida el «realismo pequeño» de Santa Teresa. Recuerdo, por ejemplo, aquella ocasión en la que la santa de Ávila se entera de la catástrofe que para la Iglesia ha supuesto la reforma luterana. Al conocerlo no se pone Teresa a gritar contra el mundo, no condena a nadie, no clama que todo está perdido, no sueña volver el mundo al revés. Comenta, sencillamente: «Determiné hacer eso poquito que yo puedo y es en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda perfección que yo pudiese y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo». 

 

Ésa es la clave: «eso poquito que yo puedo y es en mí». Nadie nos pide que cambiemos el mundo. Lo que de nosotros se espera es que aportemos «ese poquito» que podemos, no más. 

 

Por eso yo creo que contra la desesperanza no hay más que una medicina: la decisión y la tozudez. Ahora que ya estamos todos de acuerdo en que el mundo es un asco, vamos a ver si cada uno barre un poquito su propio corazón y los tres o cuatro corazones que hay a su lado. El día en que nos muramos, tal vez el mundo siga siendo un asco, pero lo será, gracias a nosotros, un poco menos.

 

Contra la desesperanza no hay más que un tratamiento: hacerse menos preguntas y trabajar más. (…) Mejorar el mundo, ayudar al hombre es nuestro deber. Y debemos marchar hacia él, con luz o a ciegas.

 

(…) Sabemos que «poquito a poquito» irá avanzando el mundo. Y que nosotros no podremos abolir el odio o la violencia. Pero que nadie podrá impedirnos barrer la puerta de nuestro corazón. 

 

 

José Luis Martín Descalzo 

Razones para la alegría

 

Oleada Joven