Dame Señor la gracia de corresponder al ardor que has puesto en mi corazón. Susténtame con tu amor, e impúlsame con la fuerza de tu Espíritu, a donarme siempre más y más, hasta que esa llama sea plenamente consumida por el mismo amor que la ha generado.
Préndeme a la cruz, que mis brazos no suelten el madero hasta no haberlo dado todo. Que mi mayor gusto sea el sacrificio, la dulzura de tu sangre, la delicia de tu entrega.
Consúmeme en tu amor, nada tiene sentido fuera de tí. Tu eres mi Rey, mi Salvador, amigo, padre, esposo. Úneme más a tí.
Quítame de la insulsa tibieza que tanto te desagrada.
Lo he comprendido, tú no quieres mucho, tú quieres todo, pues heme aquí. Que se haga en mí tu voluntad. No quites mis ojos de tí y no vacilaré. ¡Heme aquí!
Que de la mano de nuestra Madre y todos los amigos que me haz regalado en el cielo pueda yo darte mi sí.
“Ciencia misteriosa para mí, tan alta que no puedo alcanzarla. A dónde iré lejos de tu Espíriu, a dónde podré huir de tu presencia?” (Sl 138)
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