El miedo.
El miedo paraliza, el miedo impide mirar la vida con claridad.
No nos permite avanzar. Al contrario nos limita, nos detiene, nos congela.
El miedo es normal. Y hay que enfrentarlo.
Sucede que hay momentos de la vida que nos dan inseguridad, que creemos no poder.
Y vemos que no somos capaces hasta que nos atrevemos.
Cuando nos lanzamos, vemos que no era tan dificil ni complejo como lo pintábamos.
Pero hasta llegar a esa decisión, tuvimos que recorrer un largo camino que nos entorpece.
Ojalá fuera más fácil, ojalá no doliera tanto, me he repetido en unas cuantas ocasiones.
Pero cuando me animo a dar el paso, veo que confiar es una palabra que cobra sentido.
Confiar y comprobar en primera persona que enfrentar mis propios miedos es tarea difícil, pero que trae mucha paz al corazón.
Esa nebulosa que me impide mirar el camino por recorrer, se va disolviendo a medida que voy caminando, a paso firme y sin mirar atrás. Volver la vista siempre me vuelve a mover el piso y me hace dudar, entrar en la incertidumbre de las cosas importantes y volver a dudar.
Lo bueno es que siempre está esa mano amiga y fraterna que te vuelve a decir ¡Adelante!. Esa mano amiga con forma de Dios, papá, mamá, hermano, hermana, amigo, amiga. ¡Qué gran certeza! Saber que siempre habrá alguien que confía en mí y me impulsa a dar el paso.
Lo mejor que podemos descubrir en estos cuestionamientos, es sabernos capaces de confiar, de mirar nuestra propia vida y mirarla con los ojos de la confianza que nos dice que sí es posible cuando pones el corazón y te lanzas a dar el salto, ese salto que marca un antes y un después en tu vida, en lo cotidiano, en lo sencillo, y también en lo grande y profundo.