Llamados a la alegría y a ser dichosos

miércoles, 13 de septiembre de

“Mirando a sus discípulos, Jesús dijo: ‘Dichosos los pobres, es para ustedes el Reino de Dios”

     

 

Es importante captar bien el secreto del gozo insondable que es propio de Jesús y del cual está lleno…  Si Jesús irradia una tal paz, una tal seguridad, una tal alegría, una tal disponibilidad, es por el amor inefable que siente al ser amado por su Padre. En el momento de su bautismo a orillas del Jordán, este amor, presente desde el primer instante de su encarnación, se manifestó: “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto” (Lc 3,22). Esta certeza es inseparable de la conciencia de Jesús. Es una presencia que jamás le deja solo (Jn 16,32). Es un conocimiento íntimo que le llena: “El Padre me conoce y yo conozco al Padre” (Jn 10,15). Es un intercambio incesante y total: “Todo lo mío es tuyo, y todo lo tuyo es mío” (Jn 17,10)… “Tú me has amado antes de la fundación del mundo” (Jn 17,24).

Hay ahí una relación incomunicable de amor que se confunde con la existencia de Hijo y que es el secreto de la vida trinitaria: en ella el Padre aparece como el que se da al Hijo sin reserva ni intermitencia, en un impulso de generosidad gozosa, y el Hijo, el que se da al Padre de la misma manera, con un impulso de gratitud gozosa, en el Espíritu Santo. 

Y he ahí que los discípulos y todos los que creen en Cristo, son llamados a participar de este gozo. Jesús quiere que tengan en ellos mismos su gozo y plenitud (Jn 17,13): “Les he dado a conocer tu Nombre, para que el amor que me tenías esté en ellos, como también yo estoy en ellos” (Jn 17,26). 

Este gozo de permanecer en el amor de Dios comienza ya aquí abajo. Es el gozo del Reino de Dios. Pero se concede a lo largo de un camino escarpado, que pide una confianza total en el Padre y en el Hijo, y una preferencia por el Reino. El mensaje de Jesús promete, ante todo, el gozo, este gozo exigente; ¿no es este el que comienza con las Bienaventuranzas? “Dichosos los pobres, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque seréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque os alegraréis”.

San Pablo VI en la exhortación “Sobre el gozo cristiano”