Luis llegó debajo de un juicio previo.
A la mañana llamó para avisarme que vendría por la tarde, su acento venezolano confirmó lo que su medico nos dijo: “Los va a llamar para sacar un turno, es un muchacho de la iglesia mormona que vino de Venezuela a buscar trabajo acá.”
Todos los prejuicios cayeron sobre nuestras miradas, ¿y si era un terrorista? ¿y que pasa con su religión?
Llegó quince minutos antes de su turno, muy respetuosamente me pidió cargar su celular y de un bolso que traía colgado a una pierna sacó el cable, el frio me recorria, tenía miedo. Junté coraje y seguí pidiendo sus datos mientras el conectando su teléfono respondía. Cuando pregunté a que se dedicaba, aproveché para romper el hielo y le pregunté si venía a buscar trabajo. Su sonrisa se iluminó, me dijo que ya estaba trabajando y que logró conseguirlo a los tres días de llegado a la Argentina.
Mi miedo se fue. De repente algo me hizo confiar en él. Me preguntó mi nombre y me dijo que era un gusto conocerme, educado como pocos. Entonces le digo “¿De donde viene?” casi sin darse cuenta de lo que tembló mi voz al preguntarle me responde lo que ya sabía “De Venezuela, vengo escapando.”
Así, sin perder la sonrisa me contó que el piensa que quienes vivieron las catástrofes en el caribe son mas afortunados que los venezolanos, porque ellos tienen cómo salir adelante a pesar de todo. Que su familia si comía dos veces por semana era mucho, y que la gente muere de hambre muy seguido.
En ese momento sentí sobre mi espalda el peso de la cruz, ¿Quién me daba el derecho a mi de juzgar a un hermano por su nacionalidad o su religión? ¿Quién soy yo para tener miedo de otra persona sin siquiera conocerla? ¿Por qué no podía simplemente amar más y olvidarme de todo el prejuicio?
No importa, eso enseguida se esfumó… Luis seguía ahi en frente sonriendo y él no tenía idea pero a pesar de su trágica situación me regaló mas amor del que yo merecía. Luis me enseñó sin querer, y sin creer el amor gratuito y misericordioso de Jesús.